La intransigencia como ideología

10/08/2012

diarioabierto.es.

No por previsible resulta menos desalentador que el maximalismo, algo tan español como la siesta, se haya adueñado del debate hasta límites asfixiantes. Hoy si pones algún reparo a las acciones revolucionarias de Gordillo es que apruebas los chanchullos de Urdangarín porque si ya se inventó el blanco y el negro ningún sentido tiene buscar más colores. Siempre es más sencilla la descalificación que el pensamiento por muy alicorto que sea. A menudo desespera tener que incidir en demostrar lo que se tiene por obvio cual es que la crítica ni es unívoca ni incompatible entre contrarios. Es decir, que si uno no se siente fundamentalista de nada ni nadie está en su derecho y obligación de reflexionar sobre los hechos en función de lo que son en sí y no en razón del origen o ideología de quienes los generan.

Hace unos meses los sabotajes al Metro de Madrid derivaron en agrias polémicas entre defensores y detractores. Si meter el miedo en el cuerpo a los muchos usuarios que iban en los vagones y obligarles a llegar tarde al trabajo, al colegio o al instituto es un hito en el proceso de transformación social es que, evidentemente, me he quedado obsoleto. Debe ser que de los tiempos de Sierra Maestra ya sólo quedan las camisetas del Ché que, por cierto, se venden curiosamente desde hace años en los pérfidos grandes almacenes. Yo, particularmente, pensé que se trataba de otra cosa. Si en aquella arriesgada operación se trataba de discrepar de modo contundente contra la subida de tarifas de Aguirre bien se podrían haber arrojado contra el capó de su coche oficial antes de amargar la mañana a miles de ciudadanos.

Por supuesto que, en gente de tan aquilatada temeridad, no tiene nada que ver que se necesitara más valor para eso que para tirar de un freno de emergencia. Como tampoco parece muy audaz entrar a saco en un súper, amedrentar e incluso empujar a alguna de sus trabajadoras en nombre de no se sabe qué aunque, y parece lo más importante, sí se sabe quien. Aún así todo mi reconocimiento para estas heroicidades aunque no las comparta sin que por ello esté en disposición de pedir perdón a nadie.

Menos aún a quienes expiden certificados de izquierdismo o progresía sólo si secundas todo sin reflexionar sobre nada. Nada más alejado de estos postulados, o eso creo todavía, que el peligroso simplismo de pensar que cuando uno tiene toda la razón sólo merece la pena exponerla no para que se cuestione sino para que se aplauda. Un coto de arrogancia cuando no ceguera que solía estar reservado a la derecha hasta que uno repara en que la intransigencia es, en sí misma, toda una ideología que no distingue orillas.

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