Más de un centenar de ciudades catalanas celebran el día 15 su fiesta mayor. Dejando aparte que todos los pueblos consideran la suya como la mejor del mundo, la de la villa de Gràcia tiene históricamente  un sabor especial. Pese a haber perdido la independencia en 1897 para integrarse a Barcelona, este barrio no perdió su personalidad y en tiempos de bonanza y en los años difíciles, estos días sus vecinos ocupan sus calles. Enormes mesas y sillas plegables sirven para fomentar la convivencia: allí comen, cenas, juegan y bailan. En media calle, un escenario donde se suceden las actuaciones musicales. Como techo, dieciséis calles están engalanadas con materiales reciclables participando en un peculiar concurso. Por unos días el barrio se olvida de las miserias de la crisis

Miles de visitantes visitan estos días la ex villa que actualmente se ha convertido en un cafarnaúm de culturas, en la que restaurantes y tiendas de todos los rincones del mundo conviven pacíficamente ante la mirada benévola de los vecinos de toda la vida.

El popular barrio de clase media baja siempre ha tenido un sabor revolucionario  y libertario perceptible aún hoy, donde ha impregnado la solidaridad (algunas de sus fábricas dieron trabajo a no pocos republicanos represaliados, como a los vetados dibujantes que acogió la editorial Bruguera). Este caractér propició que durante estos días –hace unos años- se convirtiera en punto de encuentro de okupas o de anarquistas, aparte de convertir sus noches en un botellón continuo, lo que provocó serios incidentes. Esto parece que ha quedado atrás al reconvertir las fiestas en actividades diurnas y reduciendo los conciertos nocturnos a unas horas prudentes para permitir el descanso de los vecinos. “Sólo te pido una cosa: cuídame” es uno de los eslóganes de la fiesta de este año, mientras otro reza “hagamos de la fiesta mayor una fiesta cívica”.

Hay numerosas actividades y los organizadores han tenido una especial sensibilidad en facilitar la accesibilidad y movilidad de las personas disminuidas, mientras han montado una plaza de la solidaridad en la que tienen cabida las organizaciones sociales que explican el gran trabajo que tienen en tiempos de crisis.

Dieciséis calles están adornadas, menos que en años anteriores. Pese a las dificultades de encontrar locales donde preparar la ornamentación y guardar los productos que han de reciclar, estas calles que trabajan todo el año para este evento, resisten. Así unos recrean una heladería, otros la climatología o la vida en los polos. El agua es un tema recurrente entre los motivos de los adornos o la recuperación de tiempos pasados como la recreación de los primeros vídeo juegos o los viejos aparatos audiovisuales o un salón del far-west. Son tiempos de crisis y los organizadores parece que quieren olvidarla por unos días.

Este año las subvenciones ha esta fiestas también se han visto reducidas:190.000 aporta el ayuntamiento y 120.000 la Generalitat, mientras los organizadores esperan que “caiga algo” de la Diputación.. Para cubrir gastos  el programa de la fiesta deja de ser gratuito como hasta ahora: cuesta un euro, que no deja de ser una aportación importante dado que visitan la villa durante estos días casi medio millón de personas.

El origen de esta fiesta parece encontrarse en una celebración familiar en la masía de Can Passarell se celebraba la onomástica de la señora a finales  del Siglo XVII. Tras su muerte la familia siguió recordándola con la reunión de amigos y conocidos y la celebración se convirtió en una fiesta que fue contagiando por toda la villa.