Miguel Hernández, un aceitunero de Jaén

16/08/2012

diarioabierto.es.

Miguel Hernández vuelve ahora a Jaén, vuelve a estar pintado en los aceituneros altivos de este mundo, en su rara pasión con mixturas cobrizas. No han querido a Miguel Hernández, a su legado de manuscritos, documentos, objetos, su vieja máquina de escribir Underwood, los dibujos y tantas otras cosas, en su Alicante natal, donde hasta el final de su vida le reprocharon ser Miguel Hernández, le reprobaron por leer, por escribir y por acariciar una utopía: que el hijo de un cabrero tuviera los mismos derechos que el de cualquier empresario, para poder ir también a la Residencia de Estudiantes y dedicarse a hacer anaglifos, correr alrededor del pabellón trasatlántico, representar obras de teatro y beber té. Miguel Hernández no pudo hacer nada de esto, todo le costó el triple que a sus compañeros de escritura, primero en Orihuela –ese Ramón Sijé, su elegía, en una dicción pura y mineral- y luego ya en Madrid, cuando Pablo Neruda lo acogió mientras Miguel jugaba con su hijo, enfermo de hidrocefalia.

Le costó demasiado a Miguel Hernández ser Miguel Hernández, y le está costando, también, después de muerto, incluso tantos años de democracia después. Sabemos por la estupenda biografía de José Luis Ferris que no se conservan las cartas que su mujer le escribió a todas sus prisiones sucesivas. Misteriosamente, se han perdido; sin embargo, sí hemos podido leer las cartas que Miguel Hernández le escribiera a Josefina Manresa, defendiéndose continuamente de reproches que no hemos llegado a leer nunca, suplicándole que fuera a verle a la cárcel, incluso detallándole las direcciones de casas de amigos, en las diferentes ciudades por las que pasó, para que ella pudiera alojarse. Como respuesta, un doble silencio, absoluto y glacial. Luego, ya antes de morir, todas las intentonas de las autoridades para hacerle renegar de sus ideales, la promesa de un tratamiento adecuado para sus pulmones moribundos, si renunciaba a ser Miguel Hernández, si se retractaba de sus poemas ideológicos y abrazaba la causa del franquismo. Quizá sólo Miguel Hernández tuvo claro quién era, y también quién podría ser en el futuro, justo hasta su última bocanada de aire débil.

Curiosamente, en Elche rechazan su legado, y es el pueblo de su esposa Josefina Manresa, Quesada, en Jaén, quién lo ha acogido al final. Cualquier ciudad del mundo debiera aspirar a albergar en uno de sus museos un tesoro semejante, pero en España, o en algunos lugares de España, seguimos abocados a nuestra mitad terrible.

Quién sabe lo que ocurre dentro de un matrimonio, durante una guerra y su locura. Quién puede entenderlo. Pero también es poético que el poeta Miguel Hernández se haya hecho, en agosto de 2012 y en el pueblo de su esposa, un aceitunero de Jaén.

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