Yo no soy Assange

21/08/2012

diarioabierto.es.

En estos tiempos de vértigos y simplificaciones en los que los montajes de power point y las camisetas serigrafiadas sustituyen más que a menudo el intercambio de pareceres no extraña en absoluto que conocer antes de opinar sea tenido por una vulgaridad. Una pérdida de tiempo miserable y, lo que es peor, un riesgo innecesario. Vete a saber si ahondar en la actualidad no te hace cambiar la valoración previa que teníamos sobre ella. Hasta ahí podíamos llegar. Donde esté un dogma de fe que se quite un sólido argumento. Uno, como ser humano, tiene el derecho y hasta el deber de equivocarse, pero al menos habría que pedir antes de ello cierta dosis de conocimiento de causa.

Más hoy que, a golpe de clic, se accede a un océano ilimitado de información que, bien es cierto, lo mismo sirve para ampliar los horizontes intelectuales que para cultivar con esmero el exabrupto o la estulticia. La globalización no conoce fronteras. Lo mismo te convierte en un líder de masas que en un imbécil interplanetario. A Assange le ha correspondido el primer supuesto. No hay más que ver a esa legión de fans que, al grito de ‘Todos somos Assange’, esperan en los aledaños de la embajada el destino de la suerte que corre este Justin Bieber de las filtraciones. Y no es que lo diga por decir. Simplemente basta visionar la entradilla del vídeo en que entrevista, casualmente, al presidente ecuatoriano Rafael Correa para constatar que, al estilo Luis XIV, en el caso de este activista aquello de ‘la noticia soy yo’ se queda alicorto.

Por no hablar de esos reportajes televisivos que se hacía en la campiña inglesa pese al peligro que corría su vida o los derechos sobre su autobiografía que irían a parar a su cruzada informativa o los cantos de sirena de Holywood. Es decir, todo discreción. De ahí a ‘La Noria’ sólo va un paso. Debe ser que la vanidad es infinitamente más irresistible que el miedo. Hice bien en ir poco a clase a la facultad porque, para una vez que fui, aprendí aquello de que el periodista nunca es noticia y resulta que es toda una patraña.

Como lo es que Correa se haya subido al carro de este conflicto diplomático en su condición de paladín de la libertad de expresión. Si así fuera bien podría, antes de impartir lecciones a países tan sospechosos de no aplicarla como Suecia o Gran Bretaña, haber ensayado en casa lo que ahora pregona fuera. Por ejemplo, conceder ese salvoconducto que no concedió al director de El Comercio cuando se asiló en la embajada de Panamá en Quito.

O decir qué va a pasar con las demandas por inconstitucionalidad interpuestas contra el Código de la Democracia que limita el trabajo del informador en época de elecciones o por qué está en proceso de debate un Código Penal que pretende judicializar la actividad periodística o una Ley de Comunicación que afecta al derecho a la libertad de expresión. Un derecho que no es graciable y que, por ello, no está sujeto al perdón personal del presunto agraviado al que recurrió el presidente ecuatoriano en febrero pasado. En concreto tras la condena de la Corte Nacional a tres años de cárcel y una multa de 40 millones de dólares a tres directores y un editorialista de ‘El Universo’ por injurias. Como para dar lecciones a Suecia, país que le reclama, pequeño detalle que tontamente, o no tanto, se olvida, por un delito de carácter sexual. Es decir, que no le acusa de haber iluminado al mundo con sus revelaciones.

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