Historia de los don nadie

31/08/2012

Miguel Ángel Valero. Santiago Velázquez reflexiona, en “La extraña ilusión”, sobre las dramáticas consecuencias de la represión en una dictadura, pero también sobre la literatura, la política y la memoria.

Lo aviso desde el principio. “La extraña ilusión”, la última novela de Santiago Velázquez, no es fácil de leer. No tanto por la dureza de su temática, la represión feroz y sanguinaria en la Argentina dominada a sangre y fuego por los militares. Como sobre todo por su construcción, ya que la historia, en realidad varias historias entrelazadas con suma habilidad, es narrada por varias voces que combinan el pasado y el presente. Pero la obra ganadora del XIV Premio Tiflos de Novela (Santiago Velázquez, autor también del libro de cuentos “Huéspedes del olvido”, ya logró el Premio Joven y Brillante de Novela Corta en el año 2000 con “La condena de Salomon Koninck”) es muy interesante. Por lo que cuenta, pero especialmente por cómo lo cuenta. Y por las reflexiones que desgrana mientras avanzan las historias de unos personajes que se van encontrando casi como por casualidad.

Jon Altadil, en horas bajas por la separación de su mujer y por su escaso éxito como periodista, conoce a Cloe. Ésta le habla de su familia, los Mendoza, protagonistas de una peculiar saga de militares que termina con la participación de su padre en los siniestros vuelos de la muerte durante la dictadura que asoló Argentina. Es el imposible resumen de las 350 páginas de “La extraña ilusión” (Castalia/Edhasa, 2012).

Pese a no ser una novela fácil de leer, atrapa desde la primera frase, que recuerda a García Márquez: “Todo el mundo sabía que el estuario del río discurría de noroeste a sureste” (página 9). Detalle nada baladí en esta complicada trama, “una historia hecha de retazos y cabos sueltos, oída aquí y allá, silenciada por unos y contada por otros” (página 55). Santiago Velázquez aprovecha para reflexionar sobre la literatura, sobre la necesidad de escribir, aludiendo a “la secreta aspiración humana de perpetuarse en la palabra transmitida”, al “deseo impetuoso de dejar constancia más allá de la existencia de uno mismo”. Sobre todo, a “buscar una explicación a los hechos del pasado” y a “si se es capaz de averiguar por qué, por qué sucedió lo que nunca tuvo que ocurrir”.

Los Mendoza transmiten, de padre a hijo, la idea de que “hay que ser útil”, porque “uno no ha venido a este valle de lágrimas a perder el tiempo” (página 58). Pero Jon se queda con la pregunta clave: “¿quién recobrará y contará la historia de los don nadie?” (página 74). Que no sólo no tiene respuesta, sino que fuerza a nuevas preguntas: “¿Será éste el propósito del hombre, rumiar una y mil veces su origen y su destino, desentrañar la extraña madeja de acontecimientos fortuitos, cruces de salivas, efluvios corporales y pasiones que van imbricando las existencias de hombres y mujeres, enredando el cromosoma de los genes y la memoria de los muertos para que uno pueda nacer?” (página 77).

Muy interesantes son también las reflexiones sobre cómo los militares tratan de justificar la represión y la dictadura. “A veces los sacrificios que se hacen en nombre del Estado son incomprendidos o no tolerados, decían, y otras resultan crueles o severos, pero es el deber, es parte de ese conjunto de ínfimas abnegaciones que hay que arrostrar y defender con la propia vida si es necesario”, explica el participante en los vuelos de la muerte. “Uno trabaja y hace lo que tiene que hacer y, entonces, por arte de magia, todo sale adelante y todo funciona”, argumenta (página 179).

Unas reflexiones que contrastan con las de las víctimas de la represión: “Llega un momento en que empiezas a convivir con la muerte. Todo lo que te rodea está transido de su presencia, permeable, viscosa, lúgubre, y a veces piensas que es posible que ya estés muerto”, “sabes que algo se ha roto para siempre y que nada va a volver a ser igual” (página 208).

A pesar del sufrimiento, siempre hay un resquicio para la humanidad: “Pero, en el fondo, allí agazapada, oculta tras un manojo de terrores, está la esperanza, la esperanza de salir vivo algún día de aquí”. Y también para el compromiso: “No olvides, no te tapes los ojos, mira siempre a la verdad a la cara”.

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