Orden de acercamiento

02/09/2012

diarioabierto.es.

Reconocí tu figura al otro lado del cristal y supe en menos de un instante que eras tú. El pelo te brillaba, hablabas de cualquier cosa mientras rebuscabas en tu bolso, como aquellos días cuando parecías buscar la esperanza dentro de él. Tu bolso con el que yo me reía cuando te decía que era tu chistera mágica, que un día sacarías un conejo vivo de él –y te reías-.

Y parecías igual. La misma sonrisa. El mismo intervalo de tiempo entre sonrisa y sonrisa. Y el mismo tono en tu risa. No habías cambiado nada, solamente que ahora para observarte tenía que esconderme de ti.

Ahora tenía que verte sin que tú me vieses a mí. Así lo había decidido, besaría tus pasos con los míos. Bebería en los mismos cafés que tú. Entraría en tu sala de cine, y me sentaría en tu misma butaca, en la siguiente sesión. Tocaría todo lo que tú tocases. Te amaría sin que tú lo supieras. A escondidas entre la gente. Espiaría dentro de tu vida para poder llenar mi vida.

Lo que ocurrió fue, que ese día no pude esconderme. Y cuando salías de la tienda me reconociste muy rápido.  Y yo te miré tratando de que pareciese una casualidad, de que no estaba investigando tu vida secreta. Traté de que no se notase que aún me vibraba tu sonrisa en las manos y en la voz. Me quise parecer a ese tipo de persona que no te ama porque no te conoce. Pero era tarde: me temblaban las manos, las piernas: me temblabas tú en todo el cuerpo.

Dijiste mi nombre, mientras me descubrías tras varios meses viviendo muy cerca de ti. Durmiendo bajo tu ventana dentro de mi coche. Despertando para acompañarte al trabajo sin que siquiera lo imaginases. Esperándote con flores a la salida de tu oficina. Acompañándote sin que lo sepas hasta tu casa. Adivinando la ropa que llevarás al día siguiente. Esperando a que por equivocación un día te acercases a mí y me dieses un beso. O me hicieses bajar la ventanilla del coche porque hace tiempo que te has dado cuenta de que te espero frente a tu oficina, con los párpados a medio abrir. Abrigándome del frío con mis propios brazos.

Y ahora estás ahí, me miras, me descubres y yo sé que aún todo esto no ha terminado. Rebuscas algo en tu bolso chistera, y sacas un papel. Aquella denuncia. La orden de alejamiento que llevo incumpliendo varios meses. La pones frente mi cara y me preguntas que si se leer. Y te digo que no, que desde que nos separamos no sé leer ni la calle en la que vivo sin ti, ni los números de mi DNI. Que tampoco sé contar los días que nos separan, porque no quiero que nos separe ningún día. Y que hace días que vivo contigo sin que lo sepas.

Y tú me miras con la cara desencajada y aún así tan bella. Y no me dices nada. Solo niegas con la cabeza muy seria y te marchas, y en cada paso con el que clavas tu tacón en la acera,  siento que también lo clavas en mi piel

Y yo te sigo desde lejos, a paso lento, como siempre, en mi insistencia de vivir contigo sin que me veas. Incumpliendo la orden de alejamiento con mi acercamiento.

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