La última escalada de los alimentos parece seguir un patrón cada vez más familiar. En 2008, la fuerte subida de muchos de los productos agrícolas básicos provocó disturbios en el mundo en desarrollo y llevó a la ONU a anunciar que más de 1.000 millones de personas pasaban hambre. En 2010, las cosechas arruinadas y el bloqueo a las exportaciones en Rusia provocaron una nueva espiral alcista de los precios. Este año, los culpables hay que buscarlos en la sequía que sufre EE.UU. -la peor en medio siglo- y su legislación medioambiental, que garantiza en primer lugar el sustento a la industria de los biocombustibles.
Los precios del maíz y la soja superaron recientemente los máximos de 2008. Entretanto, el precio del trigo se disparó más de un 40% entre comienzos de 2012 y finales de julio, acercándose a sus máximos de 2008. Sólo el arroz, cuya oferta es abundante, ha variado la tendencia. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió hace cuatro años, cuando parecía existir un importante elemento especulativo en los incrementos de los precios, la crisis actual parece ser un problema genuino de oferta.
El encarecimiento del maíz y la soja es especialmente dañino porque son los ingredientes principales de la alimentación del ganado, los cerdos y los pollos, y eso significa una probabilidad muy elevada de que estas subidas de precios se transmitan a la carne y los productos cárnicos. Esto explica por qué los ganaderos y las explotaciones avícolas han liderado el coro de voces que está pidiendo a la Agencia de Protección del Medio Ambiente de EE.UU. que suspenda el denominado Renewable Fuel Standard, el decreto legislativo que obliga a destinar más de 13.000 millones de libras de aceite de maíz a combustibles para el transporte en 2012.
IMPLICACIONES INMEDIATAS
La reciente subida de los precios de las materias primas agrícolas no podría estar ocurriendo en un peor momento, con la zona euro sufriendo la crisis de deuda pública en toda su virulencia, con China desacelerándose y con unas perspectivas económicas cada vez más inciertas en EE.UU. El efecto negativo directo más grave de las alzas de los precios alimentarios lo sufren los consumidores, especialmente en los mercados emergentes. Como se ven obligados a gastar más en alimentación, el consumo discrecional se reduce en otras áreas, lo que crea una cadena de efectos negativos en la demanda de otros sectores.
La otra gran repercusión del encarecimiento ocurre en la esfera de la política monetaria. A medida que suben los alimentos, incrementa la presión sobre el nivel general de los precios (y más en los países en desarrollo, donde la alimentación supone una proporción mayor en la cesta del IPC). Esto hace que los bancos centrales tengan más dificultades a la hora de recortar los tipos de interés en apoyo de la economía o emprender programas de relajación cuantitativa.
Después de recortar el tipo de refinanciación principal al 0,75%, la opinión general es que el BCE aplicará una nueva bajada, pero cualquier señal de repunte de las presiones inflacionistas limitaría su capacidad para suministrar más apoyo a la renqueante economía de la zona euro. No obstante, la debilidad de la economía de la zona euro significa que la inflación de demanda es débil y se está moderando, lo que debería anular las presiones al alza derivadas del encarecimiento de los alimentos. Los efectos de las escaladas de los alimentos probablemente se sientan con más intensidad en las economías emergentes.
En la crisis alimentaria de 2008, la economía (y la política) de los alimentos cobró una gran importancia, convirtiéndose en un problema social y político más grave que el petróleo, al menos durante un breve periodo de tiempo. En EE.UU. la alimentación supone el 14% de la cesta del IPC. En China, esta cifra es un 33%. Por lo tanto, la inflación de los alimentos se manifiesta rápidamente en forma de inflación general en las economías en desarrollo, lo que eleva la tensión política y podría desembocar en un descontento social desestabilizador.
EL FUTURO DE LA ALIMENTACIÓN
¿Una segunda «revolución verde»? Los mercados emergentes, especialmente China y la India, tendrán los incentivos necesarios para liderar una segunda «revolución verde», mientras que en el África subsahariana también se podrían conseguir importantes mejoras. Los incrementos en los precios de mercado estimularán iniciativas para aumentar la tierra cultivable y los proyectos de irrigación. Con ello se podría ayudar a contener la volatilidad y a estabilizar la oferta. En los próximos 25 años cabe esperar importantes mejoras en los rendimientos del cereal africano.
La agricultura de precisión. Previsiblemente asistiremos al desarrollo de algo que se podría denominar «agricultura de precisión», que consiste en combinar observaciones mediante satélite, instrumentos sobre el terreno y maquinaria sofisticada para utilizar las cantidades óptimas de semillas, agua y fertilizantes y conseguir la máxima eficiencia.
La biotecnología y los cultivos transgénicos. Aunque la mayoría de los cultivos transgénicos están en Norteamérica, las tierras cultivadas con transgénicos han crecido con rapidez en los países en desarrollo, especialmente en Brasil y Argentina, y cada vez más en la India y China. La producción europea ha sufrido un freno debido a un régimen de autorización más restrictivo así como a una cierta resistencia cultural por parte de los consumidores.
En la próxima década podríamos asistir a un gran avance en el desarrollo de productos transgénicos a medida que los investigadores vayan teniendo más acceso a recursos genómicos. Los desarrollos futuros en materia de transgénicos podrían dar lugar a la incorporación de fármacos a los alimentos, por ejemplo, plátanos que produzcan vacunas contra enfermedades infecciosas como la hepatitis B. También podríamos ver pescado modificado metabólicamente para madurar más rápido, árboles frutales que produzcan antes, así como alimentos sin las propiedades asociadas con las intolerancias.
Artículo elaborado por los expertos de Fidelity www.fondosfidelity.es
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