Una ´nouvelle´ a la europea

07/09/2012

Daniel Serrano. Una brasserie en la rue de Seine, un trayecto en tren entre Brest y Lyon, las calles empedradas de Cracovia, una visita trágica a Auschwitz, el amor y sus sombras, el consuelo de una ginebra en la barra solitaria de un bar de hotel, un encuentro inesperado.

Una brasserie en la rue de Seine, un trayecto en tren entre Brest y Lyon, las calles empedradas de Cracovia, una visita trágica a Auschwitz, el amor y sus sombras, el consuelo de una ginebra en la barra solitaria de un bar de hotel, un encuentro inesperado. La tercera persona contiene escenarios y situaciones tan literarias que habrá quien sospeche una inclinación a la impostura pero si damos una oportunidad a Álvaro de la Rica obtendremos la satisfacción de paladear un texto al que, como mínimo, hemos de calificar de sugerente.

Se trata de una nouvelle seguramente a medio armar (de hecho en la solapa se anuncia la publicación de nuevas entregas) y, sin embargo, en sus páginas hay algo (con un punto indefinible) capaz de cautivar a cierto tipo de lector. Me refiero al encanto de los grandes expresos, al humo parisién que pinta de bruma algunas escenas, a la pesadilla kafkiana del primer relato, a ese intercambio epistolar como recurso deliciosamente demodé. La tercera persona tiene algo de narrativa de otro tiempo, con una voluntad de estilo incrustada en el pasado siglo, cuando se cruzaba Europa en ferrocarril y se enviaban largas cartas de desamor con matasellos estampados en lejanos puestos fronterizos.

Desde el compartimento de un tren escribe uno de los personajes de La tercera persona: “Tendrías que ver lo que puedo contemplar ahora desde mi ventana, qué atardecer malva. Las nubes son altas y blancas, y tras varias horas mi corazón parece aquietarse con la escritura”. Y esas líneas huelen a la vieja literatura europea que tanto amamos, con ínfulas austrohúngaras y Kafka en la orilla. ¿Literatura vintage? No me parece mala definición.

En cualquier caso, querencias retro aparte, La tercera persona se construye eficazmente en tres partes (tres relatos interrelacionados) en las cuales el asunto principal son las relaciones de pareja y la necesidad, según sostiene Álvaro de la Rica (o alguno de sus personajes, al menos), de un tercero: “Hay una tercera persona que orienta las relaciones en la buena dirección. Esa es la verdad. Entre tú y yo ha estado siempre presente mi mujer. Entre mi mujer y yo has estado tú presente, y eso me ha servido para darme cuenta de lo mucho que lo quiero a ella. La tercera persona. En toda relación hay que buscar siempre a la tercera persona”.

El primer relato, de ambientación parisina, deriva enseguida en pesadilla kafkiana (o lyncheana si preferimos la referencia cinematográfica) y es, tal vez, el más arrebatador de los tres. Inquietante y muy adecuado para introducirnos en este universo de atracciones cruzadas que dibuja Álvaro de la Rica. Luego se añaden dos textos en forma de carta (en realidad, dos despedidas) que describen la complejidad de una relación entre un hombre y una mujer que no se aman pero se necesitan tanto como si se amasen. Chirrían en estos dos últimos relatos ciertos giros argumentales (Auschwitz como motor de un colapso terminal –¡no mencionar el nombre de Auschwitz en vano!-) y a veces el tono tiende a una solemnidad peligrosa. Pero aún así se disfruta y de la Rica mantiene la atención del lector y, en general, queda uno con la sensación de haber degustado un texto con clase, con esa elegancia natural que poseen algunas personas.

Además, me ha gustado mucho una frase, un verso escondido en un recodo del relato: “De fondo la lluvia y en el aire flota al final de abril una gloria incierta”. Tal vez sea una cita emboscada, lo mismo da.

En definitiva, que La tercera persona resulta una recomendable nouvelle para aguardar el otoño que se cierne sobre nosotros. Siempre y cuando usted, amable lector, tenga un corazoncito austrohúngaro donde quepa esa niebla de otros días, el silbido del ferrocarril partiendo de una estación centroeuropea, un amanecer en los lagos suizos, todos esos souvenirs de otra época.

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