Para ser feliz

24/09/2012

diarioabierto.es.

Pedía limosna a la salida del metro. Decía en un cartel bien grande, que le dolía la vida, que le salía más barato pedir que quitársela. Y pedía el hombre para terminar sus días felices, porque decía que sus días eran tristes y solitarios. Que quería morir bebiendo y disfrutando feliz de la buena gente, y no solo y triste y abandonado en cualquier esquina de la ciudad.

Había saboreado el amor, pero siempre de la mano del fracaso. Tuvo varias mujeres. Nunca hijos. Porque no conoció jamás a la mujer con la suficiente valentía de hacerle padre. Se consideraba soñador y su copa de la victoria era un vasito de vino, de la bodega donde solía ir, en la que le servían por varios céntimos una copita del más apañado vino. Allí brindaba el hombre levantando la copa de la victoria junto a los compañeros de tragos.

Pedía cada mañana y cada tarde, en la salida del metro. Y antes de que nadie le echase unas monedas él sonreía y cuando escuchaba el sonido de las monedas caer brillaba en sus ojos la gente buena.

Por las noches jugaba unos cartones de bingo. El hombre se refugiaba en el juego de la noche y en los bares oscuros de la soledad. A la salida lloraba, porque había gastado el único dinero que tenía en 3 horas y que aún le faltaban 5 para ver de nuevo la luz del día.

Y pedía. Seguía pidiendo. Como si pidiendo su mundo se convirtiese en una fiesta, donde él era el anfitrión. Pedía por la necesidad de la compañía, pasando las monedas a un segundo plano: por eso las gastaba en juego y alcohol. Porque no tenían más valor que el económico.

Miraba a los hombres y mujeres a los ojos, con sus ojos grandes y grises y cansados. Solo él podía sentir la soledad en la piel, y ese frío que le erizaba el vello cuando despertaba sudando, de la última pesadilla, donde siempre aparecía solo en mitad de la calle con una maleta repleta de ropa vieja.

Hace cuatro días que encontraron al hombre tumbado sobre un cartón. Con los ojos en blanco y el cuerpo frío. Había muerto y no se sabía el motivo. Solo tenía una extraña sonrisa dibujada en el rostro. El forense lo primero que anunció es que el hombre había muerto solo y feliz. Que le la muerte le vino dulce y suave. Que había llegado su hora.

Ahora, es extraño ver esa salida de metro vacía. Es inevitable que se nos vuelva la mirada hacía donde él estaba sentado, con su cartón escrito en la mano, pidiendo para ser feliz y para sentirse menos solo.

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