¿De qué hay que felicitarse?

26/09/2012

diarioabierto.es.

De siempre me ha olido mal el recurso a la retórica y a la grandilocuencia cuando de hablar de democracia se trata. Al igual que el camino, la democracia se demuestra andando. Y no son pasos menores para ello, más aún después de treinta años largos, asumir entre otras muchas cosas que la función de la Policía es garantizar la seguridad de los ciudadanos, no amedrentar ni ensañarse con ellos cuando ejercen su derecho de manifestación. Si quien debe ser responsable político de estos excesos opta por felicitar a sus autores ha de saber que, a las agresiones físicas, suma el insulto a la inteligencia que supone celebrar como un éxito la consecuencia de un sonoro fracaso.

¿Qué motivo hay para congratularse? ¿El número de heridos, el de detenidos, el ver a un anciano arrastrado por la calle o a una decena de agentes vapulear a un joven? ¿Acaso contemplar indignado a un supuesto servidor público retorcer el brazo de un ciudadano en el suelo mientras le esposa y le mete los dedos en los ojos? ¿Observar estupefacto cómo unos jóvenes encapuchados pasan en milésimas de segundo de alborotadores a colaboradores en las detenciones? Todo y eso más lo he visto yo mismo desde la comodidad de mi casa ya que, aunque nadie esté libre de sospecha ya en este país que retorna al galope al UHF, ni estoy fichado como célula unipersonal antisistema ni se me conoce mayor alboroto que celebrar con inapropiados decibelios los goles del Madrid.

Me tengo por hombre de orden, contribuyente cumplidor, enemigo acérrimo de la intransigencia, venga de la derecha o de la izquierda, voluntarioso a la hora de evitar el insulto para contrarrestar un argumento y, por todo ello, legitimado para ejercer el derecho a sentirme hondamente avergonzado. Unos lo hacen por el qué dirán en la prensa internacional y otros, entre los que me alineo, por esa tozuda realidad que padece a diario la mayoría social de esta patria tan exaltada para pintar sus límites en los mapas como denostada para velar por su más valioso patrimonio que es su gente.

Sus abuelos que ahora pasan por taquilla para abonar los medicamentos tras lustros de cotizaciones sociales, los jóvenes que, como mal menor, no tienen trabajo porque lo que es peor es que no tienen futuro, las personas dependientes que lo son más por falta de ayudas, los inmigrantes a quienes se les niega hasta la sanidad, los asalariados que se quedan sin paga, con sueldos más exiguos, con despidos más baratos, con más IRPF, con más IVA y todo ello sin gravar a las grandes fortunas, los autónomos a los que se cruje a impuestos, los niños que tienen que llevar el tuper al cole, los universitarios que tienen que alargar sus estudios por la insolvencia para pagar las tasas….

¿Creen de verdad que salir a la calle a protestar es la afición de un grupo de gamberros? ¿No quieren ver que el bosque es cada vez más grande y ustedes siguen mirando a los mismos árboles? De nada sirve que engolen la voz para declarar al Congreso residencia sacrosanta de la soberanía popular los mismos que gobiernan con mayoría absoluta sin hacer absoluto caso a aquello que prometieron para llegar al poder. Eso es mucho más que una incongruencia para convertirse en el primer mandamiento de quien considera que la democracia se reduce al mero trámite de votar un día para mandar con mano férrea durante cuatro años. Demasiada lucha para tan infame botín.

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