Apenas unas horas antes de saberse que el paro había subido en más de 24.000 personas en el mes de noviembre, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero anunciaba una nueva medida para contentar a los mercados: suspender la ayuda de 426 euros a los parados que habían agotado todas sus prestaciones.

El mismo Ministerio de Trabajo aclaraba que en torno a 700.000 personas se habían acogido a esta subvención. Es decir, 700.000 personas que se encontrarán sin ayuda alguna para sobrevivir. ¿Cuántas más irán engrosando el número de parados que agotan todos y se quedan con solo el cielo, no precisamente protector, sobre sus cabezas?

Anunció nuevas medidas. Privatización de aeropuertos y de las Loterías. Vale lo de los aeropuertos cuyos servicios llevan ya tiempo privatizados en cierta forma. Si con eso se consigue una mejor gestión, estupendo. Pero lo de las loterías no acabo de entenderlo. Supongo que será para abrir nuevas vías de negocio a los empresarios, porque hasta hora uno, en su ignorancia, pensaba que las loterías era un negocio de lo más saneado.

Leo que el año pasado el organismo de loterías del Estado tuvo un beneficio de unos 3.000 millones de euros. Una pasta. No sé qué necesidad hay de compartir beneficios con la iniciativa privada que, lógicamente, querrá tener los suyos. Será alta política que uno no acaba de entender.

Pero, en fin. Lo más importante es que el cerco sobre los más desfavorecidos se va estrechando sin piedad alguna. Las medidas más duras siguen ejecutándose sobre las clases más pobres, incapaces ya de soportar un estrujón más. La verdad es que el jefe de la oposición, Mariano Rajoy, debe estar dando palmas con las orejas. Poco tendrá ya que hacer si es que llega al poder. Zapatero se le ha adelantado en las medidas más duras: mercado de trabajo, pensiones, subvenciones al paro…

Cada vez que Zapatero acude al Parlamento es un sinvivir. Sus intervenciones dan miedo y uno no sabe qué se ocurrirá cada vez que abre la boca para tranquilizar a esa cosa que llaman los mercados y que el hombre de la calle no sabe exactamente qué o quiénes son.

Y ese es el misterio. Los mercados no tienen cuerpo ni alma. Son entelequias que intervienen en los países, en los Gobiernos y en la casa de cada uno. Se meten entre nosotros y en su sacrosanto nombre se toman decisiones que sólo favorecen a ellos mismos. Yo creo, sin embargo, que los mercados son gente de carne y hueso. Seres humanos que especulan con el hambre y la miseria y engordan el capital –algo tan etéreo- con el dolor del hombre, de su hermano. Y, de vez en cuando, se reúnen con el presidente de Gobierno.

En fin. De Paco Brines ha salido una antología en Visor que aconsejo leer. Descansemos con sus versos:

Seguid con vuestros ritos fastuosos, ofrendas a los dioses,
o grandes monumentos funerarios,
las cálidas plegarias, vuestra esperanza ciega.
O aceptad el vacío que vendrá,
en donde ni siquiera soplará un viento estéril.
Lo que habrá de venir será de todos,
pues no hay merecimiento en el nacer
y nada justifica nuestra muerte.