Cuando pienso en Malala Yousafzai

16/10/2012

diarioabierto.es.

Cuando pienso en Malala Yousafzai, la niña pakistaní de apenas catorce años que el martes fue tiroteada por los talibanes, no pienso solamente en Malala Yousafzai, ni la veo ya como una niña. Es imposible asistir al terror del radicalismo islámico –o una lectura criminal del Corán- en la carne cortada de esta adolescente sin pensar en las miles de mujeres que han sido silenciadas no sólo en los países con una fuerte presencia el terrorismo islámico, sino también en todos los demás. Malala Yousafzai, Premio Nacional de la Paz en 2011 por su activismo en defensa del derecho de las mujeres a estudiar y símbolo viviente en Pakistán, ha alcanzado una dimensión que excede su brillante biografía, su crónica interior de una valentía vuelta espejo para el mundo.

Una de las dos balas le atravesó la cabeza y se le incrustó en el hombro, pero ha sobrevivido. Algo hay en esta mujer-niña que supera el horror, con la fuerza mayor de quien tan sólo vindica su derecho a conocer. Malala Yousafzai, defendiendo su derecho a estudiar, no sólo defiende el derecho a instrucción de todas las mujeres pakistaníes, sino también la dignidad personal que se les niega como ciudadanas. Ya sin respirador artificial, esperamos la mejor noticia: su recuperación. Y también el temblor de una conciencia, la del Islam civilizado, que tiene que salir y condenar la barbarie de unos criminales. Ya está ocurriendo: así, mientras los autores han emitido un comunicado declarando que esta barbaridad era “una obligación bajo la sharia” –o sea, de la ley islámica-, por no reconocer a la muchacha su derecho a instruirse, medio centenar de clérigos sunitas han emitido una fatwa en que han descrito esta interpretación del Islam como repugnante. “El Islam no prohíbe que las mujeres reciban educación. Los atacantes han transgredido los Hudood”. Con o sin principios islámicos de por medio, toda condena es buena. Toda tristeza, todo rechazo, toda ira y toda indignación nos reconcilian con nosotros mismos, y de alguna forma han de enviar energía a Malala.

Esta niña representa a todas las mujeres del mundo, pero también a todos los que, en algún momento, o en muchos, de la vida, hemos buscado una explicación en los ojos de un libro. Negar ese derecho es igual que matar. Casi lo han hecho. Pero Malala Yousafzai vive todavía, y pronto se recuperará. Su corazón late, y su razón respira.

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