Pablo García Baena, Premio Federico García Lorca de Poesía

19/10/2012

diarioabierto.es.

Pablo García Baena habita, desde siempre, el puente de la luz: de crujir silencioso, orillado al fulgor. Todo en la poesía de Pablo García Baena es la celebración sensorial del asombro: la virtud masticable de vivir, de sentir la textura de los ritmos cambiantes. En un mundo que necesita premios para descubrir a sus poetas, Pablo García Baena acaba de ganar el Premio Internacional Federico García Lorca, el de mayor dotación económica dado a la totalidad de una obra. No es que Pablo necesite ni este premio ni ninguno, porque el mayor premio, para él, ha sido escribir –pero también vivir- su obra poética. Sus lectores tampoco necesitamos recordatorio alguno, y sus amigos mucho menos. Pero en este sistema absurdo de valores que hemos construido parece necesario que alguien se invente el Premio Federico García Lorca para revitalizar la obra entera de los grandes poetas de nuestro tiempo. Y dentro de esa lógica, mucho más perversa que real, resultaba esperable, desde cualquier punto de vista –no sólo la calidad de su poesía, sino la influencia decisiva en varias generaciones posteriores- que se citara a Pablo García Baena en el Premio Federico García Lorca, para entroncar así, de manera institucional, lo que la propia poesía de Pablo había entroncado ya.

Fuera de España, el primero en seguir escribiendo como si no hubiera existido la fractura terrible de la Guerra Civil fue el mexicano Octavio Paz. Paz representaba la posible continuidad de lo que el 27 podría haber seguido haciendo, de no irrumpir en el mapa poético de entonces la tragedia de nuestra herida colectiva. Otros habían seguido: Juan Ramón, en su exilio literario y político, fue depurando sus poemas hasta la mayor sinceridad del lenguaje. Pero ¿qué ocurría en este lado del océano? En el páramo que enfrentaba la poesía garcilasista a la de raigambre social, surge la revista Cántico como un reflejo modesto, íntimo y grandioso, de la generación del 27. Ni Lorca ni Cernuda se habían exiliado para ellos: así Ricardo Molina, Juan Bernier, Julio Aumente, Mario López y, por supuesto, Pablo García Baena, se enfrentaron, cada cual en su estilo, al reto del lenguaje como brillo interior de la poesía. En el caso de Pablo García Baena era sensualidad, esa cualidad de los sentidos convertidos en primigenio brillo plástico.

Luego, llegó la recuperación de la revista Cántico por Guillermo Carnero, primero, y de los Novísimos después: de hecho, hace apenas unos días, en Córdoba, tanto Carnero como Pere Gimferrer han vindicado la importancia decisiva en su formación de Cántico en general, y de Pablo García Baena en particular. Y también en las nuevas promociones aparece la obra de Pablo como un faro amistoso y revelado.

Ahora le dan un premio que merece, pero no necesita. Quizá porque Pablo García Baena ha caminado por esa otra orilla de la vida que es dueña de su idioma, de su timbre y su música, y no requiere más reconocimiento que su mera existir.

Siendo un galardón justo, nuestro premio es leerlo.

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