Más de 400 millones de hablantes nativos como lengua materna y cerca de 100 más que lo practican, hacen un total de casi 500 millones de seres humanos de los cinco continentes que se entienden gracias a nuestro idioma, el español. Es una de las seis lenguas oficiales de la ONU, y tras el chino, la más hablada del mundo por el número de personas que la tienen como lengua materna. Es también idioma oficial en las principales organizaciones político-económicas internacionales, el segundo más estudiado en el mundo tras el inglés -con millones de estudiantes distribuidos en 90 países-, y la tercera lengua más usada en Internet. Se habla en: Andorra, Argentina, Belice, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, España, Guatemala, Guinea Ecuatorial, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay, Venezuela, Canadá, Estados Unidos, Filipinas, Gibraltar y Sahara Occidental. Ahí es nada.
Once de los galardonados con el Premio Nobel de Literatura han sido autores de habla hispana: los españoles José Echegaray (1904), Jacinto Benavente (1922), Juan Ramón Jiménez (1956), Vicente Alexandre (1977), Camilo José Cela (1989); los chilenos Gabriela Mistral (1945) y Pablo Neruda; el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1967); el colombiano Gabriel García Márquez (1982); el mexicano Octavio Paz (1990) y el peruano Mario Vargas Llosa (2010).
En los principales aeropuertos norteamericanos la segunda llamada es en español; también les puedo asegurar por propia experiencia que en los lugares más recónditos te responden en nuestro idioma. Hoy en día, dominando el inglés y el español, se tienen bien cubiertas las necesidades lingüísticas, tanto en el ámbito profesional como en el personal.
Queda clara pues la dimensión y la importancia de nuestra lengua en aspectos clave tales como la demografía, la traducción y los organismos internacionales, su utilización en los medios de comunicación, su presencia en la producción científica y técnica, su evolución en ámbitos geográficos como los Estados Unidos –principal potencia actual- o Brasil y Asia -emergentes hoy, estratégicas en el futuro- o en otras localizaciones virtuales como Internet y las redes sociales.
Sin embargo, abro una revista de tendencias, o una femenina, cualquiera, porque en todas se leen cosas parecidas, y estupefacta quedo ante expresiones tales como “it girl” “must” “outfit”… ¿Mande? ¿De verdad es imprescindible esa gilipollez en el uso de la lengua de Cervantes? A los que ponen permanentes trabas a la utilización y al aprendizaje de un idioma universal en su propio país ni los nombraré: sería ponerme a la altura de indigentes intelectuales.
Y luego están las decisiones inexplicables de alto calado procedentes de diversos estamentos políticos, como por ejemplo, sustituir Ibiza -marca reconocida mundialmente- por Eivissa. ¿Los lumbreras responsables de semejantes decisiones saben el tiempo y el dinero que se necesita para que una marca adquiera la categoría de global? Es como si a Nike de repente le da por rebautizarse como Ikeitos, o a Mc´Donalds, Deidonol´s. Impensable. Si alguno de sus directivos propusiese semejante temeridad pondría en peligro su preciado asiento. Es curioso escuchar a algunos mandamases afirmar en privado que tales decisiones se toman por el temor a perder votos, y sobre todo, por sacar más cuartos al Estado -es decir, a los exprimidos contribuyentes.
Y ojo, no sólo estoy completamente a favor de la utilización de las lenguas cooficiales, sino que envidio a los que las poseen, ¡ojalá todos fuésemos políglotas! Pero siempre que prevalezca la sensatez, velando por su uso pero sin perjudicar a uno de los grandes tesoros que exporta España al mundo: nuestra lengua. Que además de símbolo de identidad e icono de nuestra cultura es herramienta imprescindible de comunicación, intercambio de conocimientos, pensamientos y sentimientos entre millones de almas, a lo largo y ancho del planeta Tierra.
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