“No todo fue tan malo” señala uno de los protagonistas de este relato en la última página. Y así es. No todo fue tan malo en aquel bello verano y recordarlo agita un fondo de nostalgia que siempre llevamos a cuestas.

Mi hermano Ismael me trajo este libro de Buenos Aires y me dijo:

–       Léelo. Está bien. Sencillo, sin grandes

pretensiones pero bonito.

Y comencé a leerlo buscando en sus letras mis propios recuerdos bonaerenses, los boliches y asados y los helados de Freddo y las tormentas que echaban abajo la ciudad y la mirada tierna de los perros callejeros y el tren al Tigre y la galería Bond Street, en Santa Fe, y un domingo por la tarde al sol de Recoleta. Y una mujer a la que amé (por supuesto). Sniff. Pero no les voy a contar mi vida sino a hablarles de esta novelita de aliento generacional, con el ruido de fondo de los años 90, Nirvana, Pearl Jam y Radiohead, la última vez que el rock&roll tuvo una oportunidad.

Y lo que se cuenta en Los años felices (efectivamente sin pretensiones, sin aspavientos, sin contorsionismos literarios) es cómo nos hacemos mayores. La historia de tres amigos de escuela que se enamoran, se pelean, se van de vacaciones a la playa, se escapan de casa, van a la universidad, se distancian, preñan a alguna de sus novias, comienzan a definir el rumbo de sus existencias. En fin, el rito de iniciación de cada cual, con acento porteño y Fernet/Cola.

Sebastián Robles escribió estos textos en su blog y fue construyendo, poco a poco, una novela de apariencia leve pero que, página a página, nos va ganando. Todos hemos sido esos niños asustados al borde de la edad adulta. Seguimos siéndolo (en cierta medida).

Argentina persiste en su veneración del papel impreso y todavía muchos de sus jóvenes leen y escriben y surgen voces narrativas de ultimísima generación por  doquier y es un placer disfrutar de esta voluptuosidad literaria mientras en España languidecemos en un festín de autoayuda y bestsellers precalentados. Sirva Los años felices como ejemplo: una obrita tal vez menor pero suculenta, agridulce, excelentemente escrita y con una capacidad evocadora que, a ratos, emociona y mucho.

Sebastián Robles es guionista, productor de radio, nació en 1979 en Villa Ballester, provincia de Buenos Aires, y confiesa en la contra de este libro: “Yo me preguntaba cómo narrar una época –los años noventa- sin olvidar que la odié profundamente, pero que también la amé en secreto”. Hay tanta verdad en esa frase. Creímos vivir los peores años de nuestra vida en algunos tramos de nuestra adolescencia sin darnos cuenta de que siempre son los mejores. Aunque lo que viene luego tampoco está mal (puntualizo porque me está quedando una reseña deprimente y no era mi intención).

Bueno, a lo que íbamos, que mi hermano Ismael me recomendó Los años felices y yo se la recomiendo a ustedes.

En la página 90 hay un par de afirmaciones interesantes:

“El amor era una sensación de abandono”.

“El amor lo envejecía todo”.

Así es. El amor, en la adolescencia y primera juventud, nos hace más viejos. Y cuando somos viejos, nos hace más jóvenes. Eso está bien.

Me gusta este libro y si caen por Buenos Aires no duden en ir a buscarlo a la librería palermitana Eterna Cadencia, mi preferida, en fin. En caso de que no caigan por aquella ciudad, siempre podrán rastrear vía internet cómo conseguir un volumen. Qué sé yo.

Los años felices. Créanme. Pasarán un buen rato.

Los años felices. Sebastián Robles. Editorial PánicoElPánico. 247 páginas.