La situación ha llegado a ser tan alarmante que el Gobierno no ha tenido más remedio que amagar con preocuparse hasta por los ciudadanos que peor lo pasan. No llegará la cosa a mayores pues hay bancos por medio y, sabido es que donde hay patrón no manda marinero por mucho que Rajoy se paseara en barco con Merkel. La secuencia es como sigue. Una entidad financiera le concedió una hipoteca disparatada para su salario, incluso le ofrecía más de lo que pedía por si le apetecía un jacuzzi, la cosa se torció, se quedó sin trabajo, no podía afrontar el pago de la letra y ese banco, el mismo que le regalaba calendarios y caramelos para los chiquillos, se puso manos a la obra para arruinarle del todo la vida. Todo un ejemplo de solidaridad en justa correspondencia con quienes, sin ni siquiera preguntarnos, pusimos 1.846 euros per capita en 2010, etapa ZP aunque para estos menesteres lo mismo da, para salvarles el esfínter contable. De todas las ayudas contra la crisis de ese año el 99,59% sobre más de 80.000 millones fueron a parar a los bancos, según los datos de la Comisión Nacional de la Competencia.

Si uno recapitula estremece la sucesión de fotogramas de esta película de terror. A saber. Te echan de casa, te dejan en la calle, te obligan además a pagar hasta el último céntimo del crédito y se quedan con una vivienda que no venden ni a tiros o si lo hacen es a precio de saldo. Dicho así suena tan delirante que hasta ha dado que pensar a los dos partidos que se han negado de manera bochornosa y sistemática a que, al menos, la entrega del inmueble sea ya suficiente para cancelar la deuda. Chacón, que resucitó para la política en vísperas de Todos los Santos, fecha muy propia para ello, dice ahora que se debería haber regulado esta figura de la dación en pago. Y lo dice quien fuera ministra de Vivienda, olvidadiza eso sí, pero ministra de Vivienda al fin y al cabo. Con estos mimbres de credibilidad la verdad es que igual da don Alfredo que doña Carme.

Menos mal que quien no se consuela en esto del crédito político es porque no escucha a Ana Botella recordar, con gesto apesadumbrado bien es cierto, que la ley, “por muy dolorosa que sea”, y al parecer los desahucios lo son, está para cumplirla. Acto seguido, o acaso un poco antes que tampoco resulta relevante, se procedía a modificar esa sacrosanta ley para que el feriante Adelson pague unos impuestos irrisorios, aunque maldita la gracia que tiene, y se pueda fumar en sus casinos. A ver si ahora va a ser más importante dejar a una familia con lo puesto a la puerta de lo que fuera su casa que ver un espectáculo de varietés entre las cortinas de humo de un cohiba. Dónde va a parar. Más economicista en su juicio se mostró el ministro Gallardón quien considera que, de llevarse a cabo la dación en pago, se pondría en riesgo el fluir del crédito bancario ¿Qué crédito? ¿Qué fluir? ¿No sabe que ya no dan ni los buenos días salvo que domicilies la nómina?

No deja de ser tristemente paradójico que el titular de Justicia sea renuente a modificar una ley que provoca auténticos dramas familiares y personales, como la que afecta a los embargos, y, sin embargo, le haya faltado tiempo para cambiar la normativa sobre el aborto en un sentido que lo único que provocará es generar dramas añadidos. Tan rígido para unas cosas, tan flexible para otras. Y es que él, como el artista, se debe a su público. Si el Gabinete al que pertenece don Alberto ha comenzado a preocuparse por los desahucios no ha sido por conciencia propia sino por presión ajena. Las presencia de ciudadanos para evitarlos, las acampadas en sedes financieras y la organización en plataformas para impedir la vulneración de un derecho constitucional, asunto no menor, inquieta ya lo suficiente para plantearse que algo hay que hacer. Mientras tanto para lograr lo que es de justicia hay personas que tienen que pasar frío y dormir en la calle, hacer guardia frente a los bancos y forzar así, gota a gota, con sangre sudor y lágrimas, un alquiler social para el desahuciado que debería haber sido, desde el minuto uno de la crisis, la solución.