Antonio Gamoneda y su dolor amarillo en Bruselas

28/11/2012

Joaquín Pérez Azaústre.

Es la voz del color, su dolor amarillo. Antonio Gamoneda lo explicó ayer en la librería Passaporta, en Bruselas, cuando su traductor al neerlandés, el también poeta Bart Vonck, le preguntó por la importancia del simbolismo en su poesía. Antonio Gamoneda, agazapado dentro de su reflexión, como un mármol vestido por su propia postura pensativa, respondió que, siendo niño, él vivía en un barrio obrero de León muy castigado por la represión franquista tras la Guerra Civil. Recuerda todavía aquellos gritos en mitad de la noche, los de las mujeres cuyos hombres, hermanos o maridos, eran arrancados de su sueño. “Se los llevaban”, dice Gamoneda, y ha marcado una pausa de óxido en la lengua, “claro, para matarlos. Entonces, para mí, ese dolor era amarillo. Y por eso el dolor es amarillo en mis poemas”. Amarillo de piedra, fiebre y sangre, amarillo de calles ateridas de frío, amanece en León con la sangre en las lápidas.

Aunque la poesía de Gamoneda se encuentre muy alejada de Mallarmé o Verlaine en su vieja –y siempre nueva- conciencia simbolista, no podemos obviar la descripción de Maeterlink del símbolo: “No creo que la obra pueda nacer visiblemente del símbolo, sino que el símbolo nace siempre de la obra, si ésta es viable. La obra nacida del símbolo no puede ser más que una alegoría (…). El símbolo es una fuerza de la naturaleza y el espíritu del hombre no puede resistir a sus leyes (…). El poeta, me parece a mí, debe ser pasivo en el símbolo, y el símbolo más puro es acaso el que tiene lugar sin saberlo él e incluso en contra de sus intenciones: el símbolo sería la flor de la vitalidad del poema; y, desde otro punto de vista, las cualidades del símbolo se transformarían en la prueba contraria de la potencia y de la vitalidad del poema (…). Si no hay símbolo, no hay obra de arte”. Si no hay símbolo no hay obra de arte: si no hay dolor amarillo, si el dolor no es amarillo, no puede ser dolor real en Antonio Gamoneda.

El dolor amarillo es la conciencia anterior a la propia conciencia, su estado pre-verbal. Para el niño Gamoneda, el niño que aún respira en sus poemas, el que prefirió estar ayer con nosotros en la librería Passaporta, en Bruselas, muy cerca de la Bourse y del estiloso Café Greenwich, donde tanto jugara al ajedrez René Magritte, entró en contacto con su material poético antes de saber que era poesía: la poesía del dolor, la estética dormida de una desolación, pero además la sombra de un fracaso generacional.

También dijo una cosa más: que la poesía no puede ser ficción. Que la ficción se encuentra en la literatura, pero no puede estar en la poesía. Bueno. Como cualquier afirmación, como mínimo alienta una conversación: como la que hubo después, entre los anaqueles repletos de títulos ingleses, alemanes, franceses, mientras la gente de Passaporta pasaba las bandejas con copas de vino. No sé, hacía tanto tiempo que no asistía a un acto literario que me acabó gustando. Hasta nos llevamos dedicado Beschrijving van de leugen –o sea, Descripción de la mentira-, dedicado por su autor en su edición flamenca. Poco después de haber estado entre las paredes de la librería Shakespeare and Co, en París, donde Hemingway y Fitzgerald se compraban los libros y todavía hoy los escritores pueden dormir gratis en sus amplios sofás, fue reconfortante regresar a Bruselas y asistir al encuentro, organizado por el Instituto Cervantes, con Antonio Gamoneda, que habló de su poética, del tiempo mineral y su humana zozobra.

Seguramente nunca como ahora vuelve a ser necesaria la palabra poética. La palabra ha de ser abierta, ha de estar despierta en el lector, afirmó Gamoneda. Sea o no amarillo, como el “pánico verde” de los griegos, la poesía y la prosa verdaderas sólo se escribirán desde el dolor. En esas cosas pensamos al salir a la calle y respirar.

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