Angelica Kaak y la creación artística

09/12/2010

Antonio Bonet. Director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

A lo largo de su interesante trayectoria artística, la pintora holandesa afincada en España, Angie o Angelica Kaak, como a veces firma, ha mostrado una tenaz y constante preocupación por ahondar en los entresijos de la naturaleza. Artista dual y ambivalente, su pintura siempre se ha movido entre la figuración y la abstracción. Su actitud polar, enraizada en la concepción de que el arte plástico es una forma de conocimiento, procede de su pasión indagadora de la realidad, entendida ésta en sus dimensiones más totalizadoras. De ahí el aire neometafísico de sus producciones, siempre dentro de las radicales posiciones estéticas de las vanguardias, que desde principios del siglo XX han constituido la modernidad.

En sus herméticas composiciones plásticas, sean ya pinturas, esculturas o dibujos, Angelica Kaak invariablemente ha querido desvelar el arcano de los seres y las cosas que conforman el mundo que nos rodea, las incógnitas de lo existente. Tanto lo natural como lo artificial son motivos de su aguda percepción visual. Inquieta y curiosa, es una artista que busca lo que cubre o esconde las apariencias. Lo inefable e indecible siempre le han atraído. De igual manera que en la infancia hay quienes desmontan el juguete para ver cómo funciona o lo que encierra dentro, Angelica Kaak siempre ha sentido la necesidad de profundizar en lo aparente para representar plásticamente su última y definida realidad óntica.

Un aspecto que nunca se escapa a la mirada escrutadora de Angelica Kaak es la captación plástica de la materialidad de lo corpóreo, tanto del mundo del reino de la naturaleza como del de las figuras o los objetos creados por los humanos. Los valores tridimensionales del espesor de los cuerpos y el volumen de las formas geométricas son puestos en evidencia y resaltados por la artista que, como afirmó Paul Valéry, sabe que “lo profundo es la piel”. La calidad de lo mollar de los seres orgánicos o la sobrehaz de los inorgánicos son objeto de su profundización plástica. Los troncos, las ramas, las hojas y los tallos vegetales, las frutas y las flores, la pulpa y el tuétano de los moluscos y demás seres vivos y fauna acuática, la consistencia y pesantez de las piedras, el color y la materia de los minerales, los meteoritos y los fenómenos atmosféricos, las lluvias de estrellas y lejanas visiones astrales, han constituido el repertorio e inventario de sus perquisiciones acerca del cosmos.

Angelica Kaak, que desde niña sintió el poder que ejercen las fuerzas telúricas de la naturaleza sobre los humanos y que en Holanda ha vivido hasta su adolescencia en el nórdico paisaje salvaje de un territorio agrícola en la costa a cuatro metros bajo el nivel del mar, sabe cual es el dinamismo de la naturaleza. Sus composiciones plásticas quieren transmitir al espectador la energía del universo físico que le ha marcado desde la infancia. Sus pequeños cuadros son como ventanas abiertas al horizonte de su propia experiencia transformadora. Es por ello que de la representación de lo aparente pase, sin apenas apercibirlo, a la representación simbólica de su mundo interior, a la subjetividad de su experiencia vital y artística.

En la obra de Angelica Kaak ocupa un lugar importante la creación de signos plásticos a partir de composiciones abstractas que son como emblemas de sincrético carácter y expresión parlante de sus ideas y conceptos mágicos de la naturaleza y el arte. Muy moderna, es a la vez muy antigua en la concesión de dar una categoría al lenguaje figurado y alegórico de una iniciación trascendente. Como las viejas civilizaciones, con creencias y doctrinas relativas a la vida de ultratumba con ritos y signos, Angelica, cuyo nombre tiene su parangón en la acción benéfica de los ángeles, parece querer exorcizar su concepto estético de la vida y del universo con el de las imágenes y los signos mágicos, como si fuesen talismanes salvadores. Buscadora de lo verídico, la pintora, al igual que otros tantos artistas anteriores, como por ejemplo Maruja Mallo o Xul Solar, se convierte en una especie de pitonisa, en una encantadora hechicera plástica.

Penetrar en el interior del artista ha sido siempre un anhelo de aquellos que, como el admirador de su producción estética o el crítico de arte, quieren calar hondo en el significado de su obra. A veces no es sólo un deseo de los que contemplan un cuadro o una escultura ajena sino también es el propio artífice que, haciendo un alto en su camino, reflexiona sobre su situación ante el acto creativo. Esto es lo que parece hacer en este momento, y en especial en esta exposición, Angelica Kaak. Sus cuadros y sus esculturas, objetos plásticos y videos son como una autoprospeccción de su arte. Partiendo del dibujo, es decir del trazo, que como se sabe es el origen mítico de la pintura, Angelica Kaak se lanza , como si se sumergiese a nado en la piscina, no sólo de lo pictórico sino de la escultura, del cuadro transparente y sin superficie, en la telaraña y maraña de los hilos y los alambres, en los nudos y el caos, al querer crear instintivamente una composición automática en la que se enreda lo textil y lo metálico con los diferentes colores y calidades de las distintas materias empleadas.

El proceso de reinventar el mundo a partir del acto creador primigenio es, en nuestro tiempo, un signo de modernidad. Para un artista en plena madurez es también una necesidad de recapitulación y auto terapia psicológica. Angelica Kaak, en sus obras recientes, más escuetas y como más despojadas de su materialidad que las anteriores, lleva a cabo unos ejercicios espirituales de carácter plástico. El vórtice de sus actuales estrategias del dibujo, el enredo de las hebras sueltas de los cabellos, el tornado y el ciclón, el remolino y vendaval que agita la maleza, viene a sustituir sus antiguas investigaciones sobre las anatomías de lo terrestre – plantas y caracolas – y las estructuras de los objetos, analizados de una manera más o menos verídica. En el presente, como una bola de fuego de fuego arrasadora, las reminiscencias del informalismo y del expresionismo abstracto, el azar y lo gestual se imponen para la consecución y la elaboración de su obra en detrimento de la moderación de lo meditado y trabajado metódicamente. Sus marañas, con su ruda espontaneidad, son como conjuras que se oponen al hermetismo laberíntico de las voliciones estéticas. Al igual que sucede con un tatuaje, en sus últimas obras resulta difícil dilucidar si sus embrolladas redes pertenecen al mundo de lo ornamental o, por el contrario, al de los ritos mágicos, al ritmo y al impulso de la invención en la fase previa para poder lograr la realización más profunda del acto creador del arte.

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