La herencia recibida y los trabajos de Zapatero

19/12/2012

Joaquín Pérez Azaústre.

Se habla mucho de la herencia recibida, pero no se habla nada de los trabajos de Zapatero. Y puestos a hablar de lo que el anterior Gobierno nos dejó, pues charlemos. Cuando hablo de los trabajos de Zapatero no me refiero a su trayectoria previa de diputado, a tantas elecciones que ganó a Mariano Rajoy o a su gestión discutible, ni tampoco a su labor actual en el Consejo de Estado. No, hablo de los trabajos que Zapatero dio a toda esa turba de opinadores varios, muchos aspirantes a escritores o escritoras, con más o menos barruntos de novelas o intentos peripatéticos de libros de poesía, que convirtieron en un oficio, hace más o menos nueve años, el poner a Zapatero a caer de un burro. Ellos y ellas son también parte de esa misma herencia recibida de la que tanto hablan, con la calle encendida en la deflagración de estos seis millones de parados que, por supuesto, sólo son consecuencia de la gestión de Zapatero, y nunca del Gobierno actual. Porque el déficit, ya se sabe, y ese vaciamiento de las arcas estatales, se debe únicamente a ZP, que es como suelen llamarle habitualmente, o solían, del mismo modo que la herencia recibida sigue siendo, al día de hoy, su discurso principal.

Por poder, se podrían argüir varias respuestas a estos argumentos. Para empezar, que el aclamado déficit del Estado está integrado también por las Comunidades Autónomas, en las que cobran un papel protagonista regiones como Valencia, literalmente esquilmada tras varios años de Gobierno del Partido Popular, o Baleares, en términos idénticos, y también Madrid, endeudada ya por varias generaciones gracias a la esencia gallardonista del urbanismo con pasión milenaria, que acabará concentrado en una plaza a su nombre dentro de treinta años, una vez fracasada su postulación cíclica a la presidencia del Gobierno; plaza que, con un poco de suerte, albergará botellones en el año 3000, si es que esto sigue, y el futuro se olvida del hombre que convirtió Madrid en la deuda infinita de los bancos, mientras la justicia dejaba de ser igualitaria para todos.

No, las Comunidades Autónomas ahogadas por gestiones apasionadas por dejarnos una huella patética, como la madrileña, o directamente envueltas en una corrupción desorbitada, gobernadas aún por el PP, como Valencia, no forman parte de la herencia recibida, de esta pobreza integral de un país que debiera de ser rico. La ley de liberalización del precio del suelo del 98, de José María Aznar, que tanto favoreció el timo inmobiliario, tampoco es parte de esa herencia. No. Nada de eso. La herencia recibida, la peor, es únicamente el legado funesto de José Luis Rodríguez Zapatero.

Pero no me negarán que forma también parte de esa herencia esta nueva categoría de analistas políticos, especializados en poner a caldo a ZP, como ellos dicen, incluso cuando ZP ni está ni se le espera. No es que sean comentaristas conservadores de la cosa política, como los ha habido siempre, tan necesarios en el equilibrio del debate: es que se han especializado, únicamente, en criticar a Zapatero, que tanto les ha dado de comer de manera indirecta. Ahora, a pesar del desastre de la reforma laboral, una nueva ley de educación que nos cuela la Religión como “opción ideológica” –los mismos que tanto criticaron la no tan ideológica Educación para la Ciudadanía, tan fiel al espíritu constitucional del que tanto presumen-, de la sanidad en picado o la unanimidad del mundo del Derecho contra el cobro de tasas impuesto por Gallardón –o sea una justicia para ricos y otra para pobres, que ya no apelarán-, resulta que en las tertulias televisivas siguen hablando de la herencia recibida. Ellos también son la herencia recibida, su unicidad retórica. Siguen sin enterarse de que Mariano Rajoy lleva más de un año gobernando, por llamarlo de alguna manera, porque de alguna forma hay que llamarlo, y además tomando decisiones, que también es una forma de hablar.

Toda esta gente que no existía hasta gobernar Zapatero, o no los conocíamos, tendrían que estar agradecidos al hombre que lanzó sus rutilantes vocaciones teatrales.

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