Somos personas. Seres humanos. Y como tales tenemos límites. Atravesamos tiempos sombríos, siniestros y esta desagradable penumbra parece que merodeará sobre nuestras sufridas testas aún por una temporada. Muchos estamos pagando los excesos de otros, porque sí señores, yo -al igual que la gran mayoría de ustedes- fui de las que nunca vivió por encima de sus posibilidades. Sin embargo, ahora acarreo con las consecuencias de la irresponsabilidad de algunos y la desvergüenza de otros tantos. También soy de las que desde la humilde parcela que me corresponde, ejerzo mi conciencia cívica denunciando cada semana la pútrida casta que secuestró la democracia española en los albores de la transición y todavía la tiene cautiva para beneficios y prebendas propias en detrimento del bienestar de los ciudadanos de buena voluntad. Esa misma casta que como parte del problema -como núcleo duro del mismo me atrevería a afirmar- jamás podrá aportar la solución.
Sin renovación profunda, sin regeneración integral, no saldremos del estado en el que nos encontramos. Pero ese renacer comienza en cada uno de nosotros, en las circunstancias sencillas, en los detalles del día a día. El desánimo y el abatimiento permanente no son los compañeros más adecuados para todo lo bueno que está por venir, que vendrá. Debemos tomar conciencia que siempre hay alguien que está peor. Y seguir peleando, dando la batalla al, a priori, esquivo porvenir. Solo por el hecho de haber nacido aquí, contamos con privilegios impensables para otros que vinieron al mundo apenas centenares de kilómetros hacia al sur. Tanto en el ámbito de las necesidades básicas como en el de los derechos y las libertades públicas. Los que no atraviesan su mejor momento laboral que recuerden que cuentan con inteligencia y con dos manos para salir adelante, que diariamente miles de niños nacen condenados a una muerte segura por carencia de alimentos o de agua potable. Que disfrutan de salud mientras que otros luchan por la vida postrados en una cama. Demasiados ni siquiera tuvieron esa oportunidad: la falta de recursos en algunas zonas del planeta impide el acceso a los medicamentos más básicos.
Yo misma, mientras despotrico sobre tanto mamón institucional estoy ejerciendo con plenitud una libertad de expresión vetada en pleno siglo XXI en muchos regímenes totalitaristas a lo largo y ancho del planeta. Incluso mi condición de mujer supondría en otras zonas del planeta encontrarme relegada a una categoría inferior, estando desprovista del derecho de pensar, de expresarme, de decidir, de educarme, y por supuesto, a ser dueña de mi propio destino. De aventuras más extravagantes ya ni hablamos.
Con semejantes panoramas no tan lejanos, es nuestro deber moral -casi una obligación- sonreír cada nuevo día a pesar de la adversidad predominante. Desterremos de la conciencia colectiva que esto es la jungla y todo vale, que rige la ley del más fuerte, que el modo supervivencia todo lo permite. Regalemos sonrisas, a nosotros mismos y a los demás. Potenciemos la solidaridad. Aportemos valor en la medida de lo posible. Aunque nos parezca irrisoria esa contribución ya conocen aquello de “un grano no hace granero, pero ayuda al compañero”. Y no solo se trata del ámbito material. Un gesto de apoyo, una palabra de ánimo, un café compartido, una llamada al que lo necesita, un mensaje cariñoso, compartir ideas por muy descabelladas que parezcan, un agradecimiento sincero, una tarjeta escrita de puño y letra, un envío personalizado, un abrazo inesperado… TODO ayuda. El optimismo, la actitud positiva, es el mejor activo para salir adelante; al menos se trata de un primer paso imprescindible.
El pasado ya no existe, gran parte de lo que hemos vivido no volverá, el cómo despilfarramos en la sociedad de los excesos también pasó a la historia. En nuestras manos, ánimo, conciencias y voluntades -no en las profecías de una civilización extinta- está construir una nueva era más solidaria, altruista, generosa, fraternal. Hoy mejor que mañana. Sed felices en 2013 y hacer felices a los demás.
Twitter: @CarmelaDf
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