Somos ovejas

13/12/2017

Luis Díez.

En la escena de las 9:06 de la mañana del miércoles, 13 del corriente, vemos al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, de pie, debidamente trajeado, en la esquina del banco azul, contestando a la portavoz socialista, Margarita Robles, sobre lo bien que nos ha ido este año. A la derecha de la imagen, el jefe de filas parlamentarias del PP , Rafael Hernando, hace muecas burlescas muy sonriente. A la izquierda, sentado junto a Rajoy, con la cabeza a la altura de la parte cóncava de los pantalones del presidente, el ministro de Justicia, Catalá Polo, mueve los ojos a derecha e izquierda con gesto de pícaro, cara de haberle tocado el cupón de la ONCE y semblante de incredulidad. La expresión visual de estos subordinados anula la poca credibilidad presidencial; más bien transmite befa, mofa y pitorreo. La toma es tan chunga que el realizador, que opera desde el sótano del Congreso con las doce cámaras instaladas en el hemiciclo, cambia inmediatamente de plano, acaso para no perjudicar al de Pontevedra o quien sabe si para evitar que la utilice el Gran Wyoming.

A todo esto Rajoy repite la consabida propaganda sobre lo bien que va España y termina con un silogismo elemental: si el paro es el primer problema de los españoles y este año hay 637.000 personas más trabajando, quiere decirse que estamos resolviendo el primer problema, luego «el balance es muy razonable». La lógica tomista se ve desbordada por enumeración del líder de Podemos, Pablo Iglesias, de las clamorosas agresiones a la Constitución de 1978 desde el Ejecutivo. Iglesias descoloca a Rajoy. El podemista no se refiere a la intervención de la autonomía catalana, que su grupo parlamentario ha recurrido junto con ERC al Tribunal Constitucional. Pero Rajoy lleva la respuesta escrita y cita ese recurso como la prueba de que la Constitución se cumple y vale para todo y para todos. Iglesias le enumera una lista de artículos de derechos machacados y jibarizados, desde la igualdad fiscal de los españoles (artículo 31, vulnerado por la amnistía a los evasores y defraudadores) al derecho a vivienda (artículo 47), a pensiones dignas (artículo 50, contrariado por la decisión de no equiparar las pagas de los jubilados al incremento del coste de la vida), a la libertad de expresión (artículo 20, sometido a la «ley mordaza»).

Rajoy se siente descolocado. No hay Aristóteles que le ayude, Santo Tomás que le inspire ni Soraya que le sople. Iglesias le asegura que con Podemos no podrán modificar la Constitución sin referendum, como hicieron con el artículo 135. Y Rajoy encuentra al fin esa lucecita de inspiración en el rescoldo que aún calienta su cerebro y le contesta: «¡Bien venido al redil constitucional!» Pues sí, para el rabadán mayor del reino es lo que somos: ovejas. Lástima que el trámite parlamentario no haya permitido a Iglesias repreguntar si churras o merinas y el siguiente interpelante, Carles Campuzano, del partido de Puigdemont, no haya incidido en la cuestión para aclarar si de la alta consideración que al presidente merecemos los españoles cabe esperar más pacas de paja y más pienso para los catalanes que pugnan por abandonar el redil. Después de todo lo cual se entienden mejor los gestos ridículos de Hernando y Catalá.

 

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