Políticos averiados en Cataluña

20/12/2017

Luis Díez.

Con la mirada puesta en la votación en Cataluña para elegir al Parlamento autonómico del que saldrá el nuevo presidente de la Generalitat, vale apelar al principio de la simplicidad, teorizado por la profesora Eva Aladro y definido por José Ortega y Gasset como la cortesía del filósofo, para enunciar y si acaso denunciar que los causantes del problema político y el consiguiente perjuicio y malestar social, raramente son la solución. Conviene tenerlo en cuenta a la hora de votar. Los malos políticos, como los malos electrodomésticos, que diría Miquel Roca y Junjent, son problemáticos y sólo acarrean averías.

En sus Migajas políticas incurre el señor Z, personaje del escritor alemán Hans Magnus Enzensberger, en una metáfora que viene al pelo: un tipo provisto de brocha y caldero se pone a barnizar el suelo y avanza y avanza deprisa en su labor hasta que descubre que se ha quedado arrinconado en un pequeño espacio. ¿Cómo salir sin manchar el calzado ni estropear la labor?

Sin señalar a ningún político atolondrado ni referirse a ninguno de los abundantes necios de la patriótica dirigencia, el señor Z dejaba ahí al pintor colgado de la brocha. Ya supongo que algunos lo identifican con ese señor hosco y sin peinar que responde a la filiación de Puigdemont Casamajor y otros lo tomarán por ese de pelo tintado y barba cana que obedece a los apellidos de Rajoy Brey. Si así fuere, sirva la analogía para uno y otro o para los dos a un tiempo.

Cuando el pintor, ya sea animado por el brillo del barniz, ya por el rendimiento (mensurable en votos) que espera obtener de su obra, alcanza la posición descrita y se ve cercado, sin salida, entre la espada y la pared, alza la voz para que alguien le ayude. Lógico. Y es natural que genere una cierta expectación, no exenta de suspense. ¿Cómo ha llegado hasta ahí? ¿Cómo va a salir de ahí?

Se registra entonces una balumba de opiniones, comentarios, pareceres. Se organizan descomunales debates. Los pontoneros y expertos en caminos bloqueados (conspicuos magistrados, eminentes juristas, sabios constitucionalistas) aportan sus soluciones, nunca coincidentes. Los fabuladores y cuentistas (sociólogos colosales y economistas descomunales) adjuntan sus resultados, siempre discutibles. Los parleros, tertulieros y tergiverseros (megafilósofos y ultrateólogos) explican la confusión sin salir de ella. Y casi toda la ingente legión dedicada a entretener (y dar asco) a sus semejantes, se centra la cuestión.

Para que la función no decaiga se colocan elementos incendiarios (casi siempre intelectuales orgánicos y politólogos bocazas) muy bien remunerados a cuenta del común, con sus fósforos del Pirineo y sus teas de albardín de las lagunas de La Mancha y del entorno de Doñana, por si fuere necesario pegar fuego al barniz y acrecentar el suspense. El fuego es el gran elemento, todo lo funde y resuelve con un resultado cierto (las cenizas) sin vivo ni difunto que se le resista.

Hay otra metáfora de José Ortega y Gasset, muy bien traída por el teniente general Andrés Casinello, el hombre que ayudó a Adolfo Suárez a implantar la democracia en España y que llevó su primer mensaje al presidente de la Generalitat en el exilio, en Francia, Josep Tarradellas, pidiéndole que volviera. Dos tipos se ven a lo lejos, caminan por un campo en dirección opuesta, uno hacia el otro, se van acercando y a medida que se acercan, los dos sienten temor, aunque ninguno modifica su rumbo. En un momento dado se encuentran y, entonces, los dos tienden instintivamente la mano para defenderse. Nació así el saludo.

Si las metáforas sirven para explicar los resultados científicos y técnicos de las más extensas y complejas investigaciones, nada impide su utilidad en la política cuando se trata de atemperar la obcecación y evitar el daño humano y social. Sería necesario el saludo. Convendría que el pintor cercado por su propio barniz, se llame Rajoy o Puigdemont, recibiera ayuda para salir del reducto, aunque fuera mediante una pértiga. Y, desde luego, quien preste esa ayuda (y no parece que haya nadie más dispuesto que Ciudadanos y el PSC-PSOE ) tendría que poner la condición de que no pinten más.

Los ciudadanos no merecemos el daño y el dolor y el espectáculo de unas derechas ávidas de poder y de pasta como la española y la catalana que se pegan en vez de entenderse. Tampoco merecemos un rey Borbón que abdica de su papel moderador. Los políticos que no tienden la mano, los que han avivado la chispa, los creadores del problema no pueden ser la solución. Ellos y sus camarillas podrían hacer un favor al común: reconocer su avería, asumir su condición de nefastos y retirarse a descansar con el confort que de antemano se han proporcionado.

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