El PP, la que se avecina

19/07/2018

Francisco Javier López Martín.

No he tenido la oportunidad de hablar, ni mantener tan siquiera una conversación ocasional, con Soraya Sáenz de Santamaría. Tampoco he conocido personalmente a Pablo Casado en coloquios, charlas, mesas redondas, encuentros, ni reuniones.

No quiero, además,  intervenir en el debate interno de un partido al que no pertenezco. Pero resulta que alguno de los dos candidatos que se disputan el liderazgo puede llegar a ser Presidenta, o Presidente, del Gobierno de España. Entonces sí comienza a ser cosa mía y me siento autorizado a dar mi opinión sobre la pugna, que no debate, que se está produciendo en el PP en estos momentos.

Me he hecho la idea, tal vez infundada, de que Soraya ha sido capaz de mantener una cierta sensación de orden y unidad en la acción de un gobierno cuyo Presidente parecía vivir en otro mundo, entregado al dolce far niente, esa dulce desidia que ha convertido, con frecuencia, en un trabalenguas incomprensible sus declaraciones políticas, aunque sin demasiados malos resultados electorales, teniendo en cuenta que las pérdidas de votos parece que tienen más que ver con los desvergonzados vicios privados adquiridos, que con el talante público que presentaba el gobernante.

Sea como fuere, me parece Soraya una mujer de derechas de toda la vida, pero centrada y con ganas. Habrá quien diga que eso no es nada, que toda derecha es igual. Pero yo creo que no. He aprendido a valorar las formas. Es más, pienso que el gran problema de este país no es que no tenga izquierda, sino que carece de una derecha moderna, democrática y libre de los complejos y tics franquistas heredados de Alianza Popular.

Salvadas distancias y edades, Soraya se me antoja una Merkel, más que una Thatcher. No ha cumplido los 50 y es mujer. No da para tirar cohetes, pero es algo. En cuanto a Casado, es hombre y no ha cumplido los 40. Eso es todo. Por más que miro, no veo más.

La única vez que vi a Casado, en la distancia, él estaba perorando en una tribuna, recibiendo grandes aplausos y yo me encontraba en un patio de butacas, en una discreta tercera o cuarta fila, como invitado en el Congreso del PP de Madrid, presidido entonces por una Esperanza Aguirre que parecía ir camino de serlo todo, hasta que se topó con Cajamadrid.

Era Casado el flamante cachorro líder de las Nuevas Generaciones, amadrinado por Esperanza Aguirre y profetizado como sucesor por Aznar y era yo Secretario General de CCOO en Madrid. Aquel enfervorecido discurso que desataba fogosas pasiones y arrancaba aplausos en la sala, me pareció el compendio de todos los clichés arcaicos que atenazan a la derecha.

Sin venir a cuento se embarcó en la contraposición absurda de dos personajes como Miguel Ángel Blanco, asesinado por ETA en 1997 y el Ché Guevara, al que calificó de asesino y todo ello para exaltar a unos jóvenes del PP que no eran como los de izquierdas. Arrastrar la historia por los pelos, hasta el presente, sin tomar en cuenta los tiempos, los lugares, ni las circunstancias, tiene estas cosas. Puedes terminar comparando a San Francisco de Asís con el Cid Campeador en cuanto te descuides. Por lo demás coincido en lo de Miguel Ángel Blanco, de no ser por la predisposición demostrada por el orador, para utilizar los muertos según convenga. Poco después, Casado apareció, designado por Aznar, como persona de contacto en el contrato de comisionista en los negocios del sanguinario dictador Gadafi con Abengoa.

Pero todo lo que puede empeorar, termina empeorando. Se lanzó Casado a una disquisición sobre los jóvenes de izquierdas, ser de izquierdas no está de moda. Los de izquierdas  están todo el día con la guerra del abuelo, con el aborto, la eutanasia y la muerte, cantando la Internacional. No me parece buena idea reproducir hacia el futuro el esquema de las dos Españas, dividiendo a los jóvenes en positivos y negativos, de derechas y de izquierdas. Eso, por joven que se sea, es vieja política, ¿no? Tal vez por eso el auditorio aplaudía a rabiar y Aguirre jaleaba, Olé, olé, olé.

Para continuar el líder de los jóvenes del PP recitó con gracejo las consabidas recetas ultraliberales, cantando al emprendimiento juvenil, la necesidad de acabar con las ayudas de 400 euros a los jóvenes, flexibilizar el mercado laboral, revisar el sistema de pensiones, acabar con tanto empleado público, menos funcionarios y más emprendedores, menos burocracia y más libertad.

El seguidismo a su mentora Aguirre quedó claro cuando espetó, No queremos un pesebre de subvenciones, de liberados y de parados. (Más aplausos). Aplausos a quien nunca ha emprendido nada que no sea vivir del aparato partido, con un salario cercano a los 6000 euros al mes, liberado de otros afanes y preocupaciones, sin que se le conozca otro oficio ni beneficio  y a la sombra de sus reverenciados Aznar y Aguirre, maestros de la mamandurria, gracias a los cuales todo un partido ha sido condenado por haberse lucrado de la corrupción.

Bien pudiera ser que Casado gane el liderazgo en el PP. Puede que a alguno de sus correligionarios le venga hasta bien para volver, algún día, en olor de multitud. Incluso para el PSOE, una opción radical de la derecha pueda liberar espacio de centro, ahora que Ciudadanos se va convirtiendo en un remedo de Las Noticias del Guiñol.

Consciente de su sesgo derechista, he oído estos días a Casado hablar del gran papel de Marcelino Camacho y el Partido Comunista en la Transición democrática. Diez años después de aquella intervención que aún se recuerda en los medios y mentideros del Foro, no sé si Pablo Casado ha ganado en experiencia, más allá de los numerosos cursos, licenciaturas y másteres que se ha ido agenciando.

Sólo sé que aquel discurso me llenó de inquietud sobre la deriva que tomaba Madrid de la mano del Aznarismo, en su versión Aguirrista. Hoy me preocupa la barahúnda y la gresca que los cachorros de Aguirre y Aznar pueden sembrar en toda España. La política española tiene sus propias y extrañas lógicas. Pero ya lo decía Murphy, Por sí mismas, las cosas tienden a ir de mal en peor.

 

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