Sirva esta parodia de la encomiada película de Steven Andrew Soderbergh para definir la trama que ha vivido este país en general y Madrid en particular con ocasión de la borrasca Filomena, salpicada con el nuevo repunte de la pandemia del COVID. Un melodrama de enredo en el que sexo no parece que haya habido, al menos no consta, pero si ataques de celos, una nueva sarta de mentiras y exhibición de cintas de vídeos y también de algunos audios que creíamos olvidados.

Celos del Gobierno central hacia las comunidades autónomas y ayuntamientos, especialmente una vez más hacia Madrid, donde la rápida reacción y el trabajo, con más o menos eficacia, de los ayuntamientos y gobiernos regionales contrastaba con la pasividad del Gobierno central que reaccionó tarde y, como ocurre con el virus, dejando la responsabilidad de la gestión a las autonomías.

Y celos también entre los propios miembros de este Gobierno socialpopulista, hecho más para la propaganda que para afrontar los problemas reales del país y gobernar, y que se ha hecho patente, sobre todo, los de Marlaska y Ábalos hacia Margarita Robles, donde la eficiencia y sentido del Estado de la ministra de Defensa dejaba en evidencia el servilismo y la discrecionalidad de sus colegas de Interior y de Transportes, más preocupados de doblar el espinazo y ser la voz de su amo de Moncloa que de atender, en una primera instancia, a las necesidades y demandas de unos ciudadanos a los que deberían servir pero de los que se sirven.

Las mentiras, esta vez tenían como protagonista estelar a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, responsabilizando a Bruselas de la negativa a bajar el IVA de la electricidad en plena ola de frio y con el recibo de la luz en máximos históricos. Una falacia similar a la que se descubrió cuando responsabilizaba la UE de no reducir la fiscalidad sobre las mascarillas y que, como en aquella ocasión, tiene su detector en la vecina Portugal, cuyo gobierno también socialista bajó el IVA de la energía eléctrica hace mes y medio y sin reacción alguna de la Unión, ni de sus autoridades ni del resto de los países miembros.

Como mienten también desde el Gobierno con la gestión de los fondos europeos o el reparto de las vacunas, o la declaración de zona catastrófica entre las autonomías. Recursos y medidas de máxima urgencia que desde Moncloa están utilizando con fines partidistas y para beneficiar a sus socios de la Frankestein, además de para hacer campaña en Cataluña. “Siempre gana Cataluña y perdemos los demás”, denunciaba recientemente el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, ante unos criterios de reparto de las ayudas europeas que rompen con el sistema de financiación autonómica y los principios de la UE.

Y respecto a las cintas de vídeo, ahí están unos y otros utilizando como arma arrojadiza las imágenes del líder del PP, Pablo Casado, limpiando pala en mano los accesos a una instalación hospitalaria, por un lado; mientras que desde el otro se devolvía la pelota denunciado el documento de un Pedro Sánchez haciendo un postureo similar al descender de un automóvil para presidir la reunión del Comité de Seguimiento de las consecuencias del temporal, dos días después de la nevada, a cuerpo y con zapatos, evidenciando que su único contacto con la nieve había sido a través de la televisión en el salón de la Moncloa, mientras alcaldes y presidentes autonómicos estaban en la calle y trabajando.

Y, junto a los vídeos, ha sido también incontable la difusión de las cintas de audio de la pareja de Galapagar. El vicepresidente segundo del Gobierno y la titular del inútil Ministerio de Igualdad, denunciando la subida del 9 por ciento en el precio de la luz durante el gobierno de Rajoy y prometiendo una rebaja del coste de la electricidad en su programa electoral, mientras ahora callan como Judas y se esconden como conejos en su lujosa mansión de la sierra madrileña ante una subida superior al 27 por ciento consentida y tolerada por el Ejecutivo del que ellos forman parte. ¡Vaya tropa!, que cuentan que dijo Romanones.