Hacia la Segunda Transición

10/03/2013

Carmela Díaz.

¡Aquellos que nacimos en las décadas de los setenta y los ochenta anhelamos nuestra propia Transición! Mi generación también desea sentir ilusión por transformar el sistema, por construir futuro, por respirar libertad, por ser partícipes de algo grande, actuando como protagonistas en un renacer democrático: ansiamos sellar el compromiso de un nuevo proyecto de país. Y tener VOZ, además de voto.

En plena vorágine del siglo XXI más de tres décadas acontecidas son una eternidad. Soy consciente que la legislación vigente y el marco constitucional no se prestan a cambios continuos, ni a modificaciones por impulso o por capricho. Pero cuando las cosas dejan de funcionar es momento de vigorizar transformaciones ineludibles, de propiciar la búsqueda de alternativas.  Nada es perpetuo: cuando la efectividad de un método, de una estructura, se agotan, deben adaptarse al sentir contemporáneo. Es ley de vida impuesta por la supervivencia. Mi generación no votó la Constitución: a estas alturas ni siquiera la siente como propia en algunos artículos obsoletos. Es lo que hay, le pese a quien le pese. Otra cosa es que se acate escrupulosamente la legalidad vigente. Pero el respeto por la fuerza y contra natura tampoco es perenne. Vivimos en un mundo cambiante, frenético, en la sociedad de la información instantánea, de Internet, de las redes sociales, de la tecnología, de la conciencia ecológica, de la globalización… Nada de esto se intuía entonces, pero ahora son realidades que no se pueden obviar.

La Transición fue el inicio de un viaje, no un final sin retorno. Resolvió problemas de hace más de treinta años, pero no los actuales. Los ciudadanos tenemos la asfixiante certeza de que estamos retrocediendo y lo obligatorio es avanzar cada día en el ámbito de lo público, del bienestar y de los servicios sociales. Retomar la confianza en las instituciones, en el Estado, pasa por situarnos en el año 2013, evitando permanecer anclados en la década de los setenta del siglo pasado.

Pero la reforma constitucional es solo un primer paso. La Segunda Transición también implica borrar de un plumazo a todos los dinosaurios que ocupan cargo público, de responsabilidad, de relevancia, escaño (o representaciones similares) precisamente desde los tiempos de la primera Transición. Los “líderes” actuales no sirven. Ni uno. Mientras no se retiren -o los retiremos- dando paso a nuevas caras, con ideas, formadas, europeizadas, de trayectorias profesionales sólidas, no maleados en las cloacas partidistas, la credibilidad de nuestro sistema será inviable. Revisar -o reinventar- el modelo de las autonomías. El actual nos ha llevado a la ruina económica y al desapego patrio. Hay que rectificar sin que nos tiemble el pulso.

Es prioritario adelgazar el gasto público. Casi tanto como despolitizar de una santa vez los poderes del Estado -ay esa Justicia casi nunca igualitaria ni imparcial-. Y algo que las organizaciones políticas detestan, pero los ciudadanos andamos pidiendo a gritos: mandar al baúl de los recuerdos las malditas listas cerradas. Sí, esas que solo interesan a las direcciones partidistas para mantener a los corderitos de su redil mansitos, sumisos, dóciles y manejables. Los partidos y los sindicatos deben autofinanciarse: ya está bien de que los bolsillos de los contribuyentes carguen con todo.

Si nuestros padres, nuestros abuelos, dieron un vuelco a España en condiciones mucho más complejas -consolidaron con éxito el paso ejemplar de una prolongada dictadura a una democracia-, los que venimos detrás seremos muy capaces de tomar las riendas para dar un golpe de timón en esta nueva etapa del viaje, manteniendo presentes el consenso, la pluralidad, el respeto, la tolerancia, el diálogo, la convivencia, la regeneración, la unión o la solidaridad. Cediendo e incluso dando paso al sacrificio si procede por el beneficio de todos. Los españoles lo exigen. Mi generación lo merece. El futuro de nuestros hijos aún más.

 

Twitter: @CarmelaDf

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5 pensamientos en “Hacia la Segunda Transición

  1. «Revisar -o reinventar- el modelo de las autonomías. El actual nos ha llevado a la ruina económica y al desapego patrio. Hay que rectificar sin que nos tiemble el pulso.
    Es prioritario adelgazar el gasto público. Casi tanto como despolitizar de una santa vez los poderes del Estado -ay esa Justicia casi nunca igualitaria ni imparcial-. Y algo que las organizaciones políticas detestan, pero los ciudadanos andamos pidiendo a gritos: mandar al baúl de los recuerdos las malditas listas cerradas. Los partidos y los sindicatos deben autofinanciarse: ya está bien de que los bolsillos de los contribuyentes carguen con todo.» pero YA. Si no lo llevan en programa electoral no votaré mas.

  2. Todo, todo lo aquí escrito es totamente necesario ¿pero nos dejarán llevarlo a cabo los que tienen secuestrada la democracia?

  3. Enhorabuena por su artículo. Los dinosaurios -políticos que llevan viviendo del cuento más de 30 años- deben definitivamente desaparecer de la vida política.

  4. Reclamamos un cambio total de los que han chupado del bote durante más de treinta años. Es hora de dar paso a una nueva generación, a nuevas caras, a españoles preparados que sabrán tomar decisiones alejadas de los intereses de la casta. Ellos son el problema y hay que atajarlo de raíz, no saben ni pueden dar soluciones

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