La mirada de Íker

28/06/2013

Joaquín Pérez Azaústre.

La mirada de Íker todavía no es la misma. No hablo de su capacidad, ni de su compromiso, ni de esa habilidad para encontrar su guante en el vacío, interponiéndolo a cualquier disparo cuando ya parece que ha hecho fuego en la red amarilla. Hablo, esencialmente, de la expresión caída de su rostro, demasiado entregada, en el partido de ayer, en la semifinal contra la selección de Italia, cuando Casillas se fue a la portería, en la ronda de penaltis, como si ya le hubieran marcado los goles de antemano, como si estuviera escrito en el reverso cansado de sus ojos que no iba a conseguir ninguna de esas acciones prodigiosas, en ese uno contra uno psicológico que tienen los penaltis, tornando el griterío radical de las gradas en ese otro mutismo ensordecedor del césped.

No habría sido la primera vez. Desde su época juvenil, Íker Casillas ya era conocido en los medios por su capacidad innata para adelantarse a la determinación del disparo, para imponer su posición al tiro, en una habilidad que tenía algo de arranque psicológico, como de fuerza oculta en unos ojos que contenían su propia voluntad.

Ya en su carrera profesional, con el Real Madrid y con la selección, Casillas ha parado unos cuantos penaltis decisivos, seguramente no tan bien tirados como los de los jugadores italianos de ayer, pero penaltis, también, al fin y al cabo; y es que al contemplarlo avanzar, cabizbajo, interior, sin sacudirse los guantes en unas cuantas palmadas de convicción y fiereza, sin alentar a sus compañeros, igual que tantas veces, sin tratar de convencerles, a través de todo un repertorio corporal, de que el milagro era todavía posible, Casillas no parecía Íker, sino alguien que acudía a su cita con la realidad sin ninguna confianza en que el destino pudiera resultarle, de una vez, propicio.

Con independencia de la valoración futbolística del partido de ayer –que, verdaderamente, me interesa muchísimo menos, y no me llevaría a escribir ni una sola línea-, y teniendo en cuanta que Casillas fue protagonista de unas cuantas acciones decisivas en el transcurso del juego, a mí me ha impresionado su mirada. Después de un año amargo para él, con José Mourinho haciéndole pagar con la suplencia su conversación telefónica con Xavi Hernández, cuando los dos jugadores decidieron relajar la tensión de los Madrid-Barça, no parecía posible que el castigo del técnico portugués hubiera hecho mella en su carácter. Mourinho, que es un marrullero cobardón y calienta el ambiente para que otros se peguen, siempre que no vaya metiendo el dedo en ojo ajeno, y por la espalda, quiso hacer arder Barcelona y Madrid, para reventar el preciosismo estético del juego culé; pero Casillas, amigo de tantos jugadores del Barça,  lo impidió charlando con su amigo Xavi. Entonces Mou lo hizo su mayor enemigo.

Ayer noté inseguro a Íker Casillas. No en el primer penalti, tampoco en el segundo: en el mismo instante en que se puso bajo los palos. No tenía ese punto salvaje, presencial y aguerrido, sino que se quedó sentado, con una inexpresividad física que encontraba su correlato perfecto en su mirada. Como si no creyera que es Íker Casillas, el tipo que paraba lo improbable. Estamos ante la herencia del entrenador portugués; pero, sobre todo, de Florentino Pérez, que permitió a Mourinho todas sus baladronadas.

Íker regresará. Tal vez necesite ver, de nuevo –si es que no las ha visto todavía-, las seis películas de Rocky Balboa, recordar su pasado como juvenil y revisar los vídeos de los otros partidos, cuando intimidaba al lanzador. Cuando recupere esa expresión, regresará el portero.

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