Ahora que ya no estás, quiero decirte que ya no te quiero. Quédate con tu pelo repeinado hacía atrás. Con tus caricias en rebajas. Con ese collar que siempre te adornaba el cuello en el que tantas veces dejé, con cariño, mi huella marcada. Quédate con todos esos besos que te di, atragántate con los besos sin sabor que me dabas y que hoy, sin importarte ya la forma de la boca, le das a otra.

Te regalo tu tiempo libre. Todas las horas que gastabas para escalar por mi cuerpo. Y quito las banderas que dejaste en las cimas de mis pechos, donde siempre con uno de tus (ahora) absurdos besos, celebrabas tus victorias.

Te regalo todos esos pasos que diste un día conmigo, y ese latido de corazón acelerado, cuando buscabas mi mano y la cogías y la apretabas y parecía, de verdad te lo digo, que siempre estaríamos juntos.

Espero que ahora, que ya nada nos une. Cuando nos separa la certeza de los años y el no querer saberme nunca mas contigo, te aburras ahora de su boca abierta. De su cuerpo a la espera de tu peso. De su pelo enmarañado. De sus te quiero siempre a la misma hora. Del olor que dejan sus caricias en tu piel. De sus pechos salados. De sus horarios y su risa.

Que algún día todas tus mentiras te pesen en la espalda y tengas que sentarte porque ya no aguantes tu propio peso. Y de verdad, que no te deseo nada malo. Solamente, que el tiempo y la vida y todo lo que te depara, un día te haga pagar la factura por las secuelas y los miedos que me dejaste, con los que aún respiro y vivo.

Que me rajaste el pecho y te fuiste. Y no me quedó ni hilo para coserme por dentro, tan solo una aguja afilada con tu recuerdo en la punta, para clavarme de cuando en cuando hasta hacerme sangre y ver  a los glóbulos rojos con tu cara, marcharse lejos de mí, hasta dejarme sin fuerzas para lamerme siquiera, las heridas que provocaste.

Eres un lejano amor de esos para olvidar, ya poco me importas. Deseo que tus éxitos se conviertan en fracasos. Que un día te sepan solo a sal todos los besos. Que tus manos te duelan y que te rechace su cuerpo, que seas algún día como el agua y el aceite: imposible de mezclarte con alguien. Que de repente, como un rayo de sol que se cuela por la ventana, llegue a ti mi recuerdo. Que te acuerdes con tristeza de mi risa y la forma en que te resguardaba siempre del miedo en los latidos de mi pecho.

Y sientas entonces ese pinchazo tras las costillas. Esa certeza de que ya nunca más estarás conmigo. Que te sepas perdido y te duela la vida, lo que a mí me dolieron una vez las heridas. Y sientas en el cuerpo el mismo miedo, la misma incertidumbre, la felicidad perdida.

Solo de esa forma me sentiré servida, al fin. Con la herida cicatrizada. Y tú habrás aprendido que el dolor ajeno, tarde o temprano, termina pasando factura. Y mi amor por ti, por fin oficialmente, estará caducado y vencido.