‘Arte’, el milagro de la transustanciación

07/06/2017

Luis M. del Amo. Del Arco retoma la obra de Reza veintitrés años después de su estreno en París.

Corría el año 1994 cuando Yasmina Reza estrenaba en París su comedia Arte. Desde entonces, el icónico texto, que dramatiza las desventuras de tres amigos en cuya relación se cruza la compra de una carísima pintura -un lienzo en blanco, para más señas- ha recorrido el mundo, convirtiéndose con rapidez en una de las obras más representadas de nuestro presente, tras ser reconocida como fiel espejo de algunos problemas que acucian a la sociedad contemporánea.

Ahora, veintitrés años después de su estreno, y bajo la dirección del reputado Miguel del Arco – el autor de Misántropo, aquella excelente versión de la obra de Moliere –, Arte llega de nuevo a Madrid, al escenario del Teatro Pavón Kamikaze donde permanecerá hasta el próximo 30 de julio.

Y lo hace en primer lugar demostrando la plena vigencia del texto, al menos en cuanto a su calidad como mecanismo de exploración de las relaciones humanas. No tanto, me temo, como denuncia de la pavorosa parálisis que atenaza a las artes visuales, y en particular a la pintura, al menos a aquella que, muy lejos de su inconformismo inicial, goza ahora del apoyo oficial, convertido así el Estado en mecenas interesado en mantener un discurso, en ocasiones, tan pretencioso como vacío.

Perdido, decíamos, aquel efecto sorpresa, Arte se mantiene sin embargo fresca. Y lo hace principalmente gracias a su capacidad para mantener algunas preguntas en pie. Como aquellas que nos interrogan sobre nuestra posición en el mundo. Y sobre nuestra adscripción a algunos grupos, y del cemento del que están hechos los vínculos que unifican los diferentes estratos de la sociedad: familia, amigos, tendencias.

Problemas en la parte inicial

Sobre esta base, Del Arco edifica su comedia sobre un escenario muy desnudo, donde predominan los grises, y donde, sin acabar de llenarlo, en mi opinión, se suceden las transiciones entre escenas, hasta llegar a un final satisfactorio para el público.
Y decimos que, al final, el espectador obtiene su botín, pues la obra muestra en sus inicios algunos problemas. Sobre todo en cuanto al ritmo, en tanto el conflicto permanece aún latente. Esta falla se debe en mi opinión a una deficiencia. Y es que esos amigos, en la parte inicial, apenas lo parecen. Falta a mi entender lo que en la jerga se conoce como subtexto, y todo transcurre en un plano muy superficial.

Privado de esas relaciones soterradas, el espectador percibe como lentitud aquello que debería estar cargado de historia. Y aparecen algunos subrayados y algunas pausas sin justificación. Por ser claro, a mí me gustaría que esa primera parte los personajes hablaran de arte con pasión, aunque sea el arte una excusa. O que algo tangible se lo impidiera. En su lugar, las pausas aparecen como marcas de dirección, y no como el resultado de las motivaciones de los personajes.

Sin embargo, esta falta de trasfondo que se manifiesta a mi entender en la primera parte de la representación, queda luego solventada, cuando al fin se desatan las líneas del drama. Apenas el conflicto se dibuja claramente, aparece sobre las tablas, no solamente algunos duelos de altura, sino también algunos momentos verdaderamente sublimes, como a continuación trataremos de explicar.

Un actor transfigurado

Hay que hablar en este punto de los actores. El terceto compuesto por Roberto Enríquez, Cristóbal Suárez – el magnífico Orontes de Misántropo – y Jorge Usón interpreta la obra con suficiencia. Aunque si de brillantez hablamos, es necesario referirse a este último. No solo por su monólogo coronado por los aplausos del público – que premia la velocidad y precisión del intérprete en la narración de los avatares de una conversación familiar – , sino muy especialmente por su participación en algunos instantes de naturaleza casi milagrosa.

En estas partes –absolutamente conmovedoras– , el espectador asiste con gozo a la transfiguración este actor, Jorge Usón, cuya presencia parece estirarse, mutar, transformarse en otro ser, compuesto por una materia distinta. Mostrar, en suma, a los espectadores el misterio de la representación teatral. Algo absolutamente excepcional, ya digo.

El problema con Del Arco es que mis expectativas, tras su Misántropo, eran tan altas – y eso incluye a Cristóbal Suárez– que no se puede soslayar cierta decepción. Bienvenida sea, si es debida a la excepcional calidad de ambos artistas.

Y dicho esto, tan solo reiterar lo ya avanzado. El Arte de Del Arco, gozando de un privilegio que el teatro conserva – no así el cine, contagiado este por las servidumbres de su exhibición televisiva, y zappeable por tanto–, en tanto que arte temporal, reserva para el final lo mejor. Y ofrece, en definitiva, una magnífica oportunidad de revivir la obra de Reza, trascurridos 23 años desde su estreno. Y de vivir, no lo olviden, el milagro de la transustanciación.

No se la pierdan.

¿Te ha parecido interesante?

(+1 puntos, 1 votos)

Cargando...

Aviso Legal
Esta es la opinión de los internautas, no de diarioabierto.es
No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
Su direcciónn de e-mail no será publicada ni usada con fines publicitarios.