‘Oleanna’, En torno al victimismo

20/09/2017

Luis M. del Amo. El genial David Mamet regresa a Madrid con una de sus mejores obras.

 

Hace 27 años, David Mamet – el esencial dramaturgo, guionista, y director teatral y cinematográfico – escribió Oleanna. De inmediato, la obra, una indagación sobre los límites del poder y la verdad, removió las aguas de la corrección política en un contexto marcado además por una batalla política en los Estados Unidos en relación con la candidatura al Tribunal Supremo de un juez que fue acusado de acoso sexual.

Ahora, y después de ser representada sin descanso desde entonces, la obra vuelve a Madrid, de la mano de Pentación, la productora capitaneada por Jesús Cimarro que además gestiona el madrileño Teatro Bellas Artes, donde la obra permanecerá hasta mediados del mes de octubre.

Espléndida muestra de la escritura mametiana, el drama se estructura en largas escenas, localizadas en un solo espacio, para dos únicos personajes, interpretados a la sazón por Fernando Guillén Cuervo y Natalia Sánchez, a las órdenes de Luis Luque, un joven director que ya asumiera recientemente la dirección de La cantante calva, producida también por Pentación.

El poder del relato

En esencia, decíamos, la obra se desarrolla en este único espacio, el despacho del profesor adonde Carol, una joven estudiante, llega con la intención de que le suban la nota. Un proceso que pronto se torcerá hasta derivar en algo totalmente imprevisto.

Con esta sencilla premisa, Mamet crea una obra repleta de giros, cargada de significados, y que centra sobre asuntos como el poder, la manipulación, el victimismo, la corrección política y los efectos del paso del tiempo.

Para ello el dramaturgo se vale de un recurso muy efectivo, como es el de presentar primero los hechos, e inmediatamente después el uso que de esos hechos hacen sus protagonistas, a través de exagerados relatos. Gracias a esta técnica, que se repite a lo largo de la obra de manera muy satisfactoria, el escritor logra que el espectador sea quien cierre el último acto, sabedor de un final esperado, aunque no menos satisfactorio, a tenor de lo observado con anterioridad. Un recurso brillante, sin duda.

En su puesta en escena, el director se vale de muy pocos elementos para montar este drama, que no está exento de ácido humor. Apenas una mesa y un par de sillas le bastan para subir a las tablas la obra. Y aún sobran, a tenor de su contribución. Tampoco añade mucho – por su excesiva obviedad– un movimiento de la mesa profesoral, que se aleja progresivamente de su titular, a medida que avanza la obra. Ni tampoco esa especie de archivador gigante, que enmarca la embocadura del escenario, y que no añade nada sustancial a su significado, opino yo.

Al contrario. Esa disposición de los elementos escénicos resta fuerza a la primera escena, la más floja, al forzar a la pareja de actores a permanecer muy lejos uno del otro. Eso dificulta su interpretación y quita garra al comienzo hasta tal punto que el espectador llegue a temer lo peor; aunque, afortunadamente, la obra pronto remonta, a medida que empiezan a desatarse los nudos del drama, y el espectáculo no deja de crecer desde entonces hasta su brillante final.

Presencia del público

Por el camino, y sin revelar ninguna clave argumental, irán estallando auténticas bombas que Mamet siembra a lo largo de las largas escenas, con giros que resultan gozosos para el espectador, cargados de significado y de verdad. Una auténtica maravilla que no desaprovecha Fernando Guillén Cuervo, cuya gran experiencia le permite exprimir al máximo este caramelo, mostrando un amplio abanico de emociones, matizadas con gradaciones sutiles, por las que el actor transita, sin dejar de tener presente nunca al público en su interpretación.

Su compañera, más joven, Natalia Sánchez, curtida sin embargo desde su infancia en la actuación en diversas series televisivas (es la Teté de Los Serrano), y más volcada últimamente en el teatro, aprovecha la ocasión, enfrentándose a un papel que, si bien le exige poco en un principio, le brinda luego la posibilidad de tomar las riendas de la relación con su compañero de reparto, aunque en esta parte final, se echa en falta algo más de profundidad, en mi opinión.

En suma, un auténtico placer, que basa su eficacia en el poderoso texto de Mamet, bien dirigido e interpretado, y que llega ahora a una sala que, por cierto, está pidiendo a gritos una remodelación.

Muy recomendable.

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