‘Un obús en el corazón’: Dolor joven

15/12/2017

Luis M. del Amo. Santiago Sánchez, de L’Om Imprebís, dirige a un colosal Hovik Kerouchkian en los Luchana.

No es trivial que Wajdi Mouawad, el autor de la exitosa Incendios, advierta en su página web de que Un obús en el corazón, una de sus obras – actualmente en la cartelera madrileña – se dirige al público infantil. Aunque esta afirmación pueda resultar sorprendente para muchos, a tenor de la dureza de la obra.

Y decimos que no resulta trivial, porque Un obús en el corazón, dirigida en su versión española por el L’Om Imprebís Santiago Sánchez, entronca muy directamente con el dolor de un joven, y más concretamente con sus sentimientos y reacciones al conocer la muerte, en primera persona.

Quizás no para niños, pero sí desde luego para adolescentes y sobre todo para jóvenes esta función resulta muy indicada. Y también para un público adulto, por supuesto, que descubre con fascinación y un punto de nostalgia los explosivos vericuetos por los que circula el viaje sentimental del joven Wahab, su protagonista.

Un protagonista que, al igual que su creador, ha debido emigrar de su país en guerra, el Líbano, y cuya peripecia encuadra también la obra en el territorio de la autoficción donde se desenvolvía ya la anterior Incendios, el trallazo con que el Mouawad sacudió los cimientos teatrales de medio mundo, y renovó el género teatral de la tragedia, derivándolo hace un ámbito posmoderno.

Dolor joven

De hecho, y siguiendo con la comparación, resulta esta Un obús… una especie de hermana menor de su anterior y muy celebrada obra. No solo en cuanto al paralelismo que muestran asuntos y sucesos, como el atroz incendio de un autobús de civiles, sino también por repeticiones temáticas, como las relaciones familiares y la reflexión sobre su significado, que se dispara como consecuencia de algún fallecimiento.

Y sin embargo, a pesar de estas similitudes, Un obús en el corazón resulta a la postre una obra muy distinta a su predecesora. No solo por su mayor simplicidad, tanto argumental como temática – siendo como es Incendios un eficaz compendio de asuntos tan interesantes como dispares –; sino muy especialmente por el abanico sentimental que muestra Un obús…, que se corresponde más bien con la edad de su joven protagonista.

Eso sin excluir otras semejanzas como la aparición de algunos capítulos bufos – como el del Papa Noel – que se encuentran en la mejor tradición de una poética del extrañamiento que ha hecho fortuna en nuestras artes.

Estas apariciones y alusiones al distanciamiento del mundo resultan en mi opinión lo más interesante de la obra. Al menos para alguien que roza ya la cincuentena. Aunque el resto, el muestrario de reacciones del joven Wahab ante los trámites y usos adultos de la muerte, pueden conectar muy bien con la rabia juvenil, según intuimos.

El coloso

Dicho esto hay que comentar sin más demoras uno de los grandes aciertos del director Santiago Sánchez en su lucha por poner en pie esta obra. Hablamos sin duda alguna del casting. Y en concreto de la elección del gran Hovik Keuchkerian como actor protagonizar el largo monólogo. Y digo grande, no en un sentido artístico –que también, quizás –, sino en referencia a su enorme talla física y a su presencia ciclópea, monumental.

Dos veces excampeón de España de los pesados, este antiguo boxeador, que ha recalado, sin apenas experiencia teatral, en los escenarios, tras haber figurado en algunas películas españolas, como Alacrán enamorado, combina en su enorme corpachón una figura de coloso mezclada con una hermosa sensibilidad.

El director, que le escogió después de oírle relatar en la radio su pasado también libanés –de nuevo en el territorio de la autoficción–, le hace decir el texto de una forma semirrecitativa en algunos pasajes. Y logra en mi opinión guiar al espectador a través del horror, sin que la platea se le ahogue en un suplicio de lágrimas.

Así, dispuesto a concitar lo terrible sin asomo de cursilería, el gigantesco intérprete logra la proeza de interesar, él solito sobre el escenario, durante hora y media al público a lo largo de un monólogo para cuya representación el intérprete no dispone de otro acompañamiento que unas luces de fondo.

En resumen, un drama juvenil, que interesa al público adulto – el único que poblaba las gradas ese viernes (parejas frisando la cuarentena; benditos sean estos Luchana por su búsqueda de un negocio alternativo) – en una sincera, a veces lúcida, a veces poética, exploración de los límites de la rabia y el dolor de un ser humano, que se siente extraño en el mundo en el que vive.

Para todos los públicos.

Y bastante gozosa, por cierto.

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