‘Quitamiedos’: Amor en el abismo

26/02/2021

Luis Martínez del Amo. Los creadores de la premiada ‘Solitudes’ exploran las dimensiones del amor en el Teatro de la Abadía.

Hay algo suicida en esta exploración del amor humano que Kulunka Teatro, la sensacional compañía vasca responsable de uno de los éxitos de recientes temporadas, Solitudes, despliega cada tarde en el madrileño Teatro de la Abadía, con Quitamiedos, escrita y dirigida por Iñaki Rikarte. Algo sumamente arriesgado, y muy cerca del abismo, no solo en la elección de su iconografía —el ángel de la guarda—; sino en la demorada complacencia con que la obra hace esperar al espectador hasta el tramo final para cobrar su pieza mayor.

Dos riesgos, solo parcialmente evitados, y que comienzan con un accidente, en el que Carlos, su protagonista, perderá la vida, en una de las curvas de una carretera secundaria, adonde lo llevan sus pasos, tras una vida complicada, a partir de la treintena (¿cuál no lo es?).

Un momento fatal en el que irrumpe su ángel custodio, el otro personaje de la obra, quien, tras el fallecimiento, viene a despedirse de Carlos, y a enseñarle los rudimentos del oficio.

En este punto se despliegan toda una serie de aditamentos humorísticos, en torno a las funciones de los ángeles custodios, de carácter un tanto ‘naif’, en mi opinión; y que funcionan peor que otros, de carácter más elaborado, como la magnífica reflexión sobre un punto negro en la vía y el poder arrebatador de la belleza, que lo mismo vale para trazar tiernas humoradas sobre la mala señalización, que para despertar mil ecos en torno al carácter demoníaco de la hermosura. Todo un hallazgo, sin duda.

A menor altura se sitúan, en mi opinión, otros recursos, como el instrumental angélico, guardado en un maletín, que relega la obra a un terreno menor fértil, si bien el conjunto se sostenga en todo momento gracias, en primer lugar, a la magnífica escenografía de Ikerne Giménez —ese arcén de doble abismo, uno al lado del espectador—; la eficaz música de Luis Miguel Cobo; y la sensacional iluminación de Javier Ruiz de Alegría; así como, muy especialmente, la estupenda interpretación de Jesús Barranco y Luis Moreno, los dos actores que sostienen el texto, con gran dominio del gesto y de la voz.

En suma, una arriesgada incursión de los Kulunka en el terreno de la metáfora, casi siempre interesante, arrebatadora en su final, que, actualizando la olvidada iconografía del ángel de la guarda, ilumina, como esos faros fugaces que cruzan el escenario, y profundiza en algunos rasgos del amor humano.

No se la pierdan.

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