No me apetece mucho hablar con nadie, me he vuelto algo antisocial y visceral. Solo me siento “yo” con ella. Mi eterna y fantástica «ella». Dejé, hace mucho tiempo, de creer en la amistad. Porque eso no existe. No puede existir la amistad que va por encima de todo, esa que no trata de engordarse a base de números o invitaciones a café. No existe esa amistad que está por encima de todo. Ya no.

Es triste, con 18 años, no saber esto. Otro gallo nos hubiese cantado. Es trágico darlo todo, gastar todo tu dinero siendo generosa, mientras que «otras personas» ahorran y engordan su cuenta bancaria a costa de la confianza de una amistad que jamás será sincera porque el futuro así te lo ha demostrado. Ser generosa ¿sabes dónde te lleva?. Te lleva a la decepción y a la ruina. Si con 18 años yo hubiese aprendido esto, hoy, la de la cuenta bancaria llena, sería yo. Pero no, tienes que pasar por una serie de cosas, para aprenderlo. No nacemos sabidos, esto es verdad.

La gente me ha decepcionado en general. Pienso que no existe nadie realmente que lo dé todo por ti, que te sea leal y que jamás te falle. Y que si existe, debes de no decepcionar tú, jamás, a esa persona.

Durante este último año de mi vida, he podido ver como amigas me traicionaban y me dejaban hecha añicos. No me siento una víctima, pero sí… sí me siento estúpida por haber confiado en esas personas. Lo cierto es, que no hay nada más importante que uno mismo. Y que a veces, ni la familia está antes que tú o la persona que amas.

Llevo un año sintiendo la complicidad, el amor y la lealtad de la persona que tengo a mi lado. A día de hoy, daría, cualquier cosa: mis 18 años, mi pasado de mierda que no me ha servido para nada, mi tiempo en esa realidad paralela donde soy súper feliz y no tengo problemas. Lo daría todo, absolutamente todo, por ella. ¿Por qué? es sencillo:

La lealtad se demuestra, no se enseña solamente, no se dice: te soy leal y puedes confiar en mí. No. Se trata de que en los malos momentos, esa persona te es leal, simplemente, porque la base que construye esa amistad o ese amor, es sólido y de verdad.

Y ella, y yo, somos diferentes al resto. De infancias muy jodidas. De soledades más jodidas todavía. Ella y yo nos hemos sentido solas durante mucho tiempo, estando rodeadas de todo el mundo. Hemos tratado de aparentar la felicidad tras la tristeza invisible. Y cuando nos hemos encontrado todo ha parecido conectarse . Dos mundos diferentes pero iguales.

Y un año y casi dos meses después, seguimos conectando y sigue temblando todo a nuestros pies. Sigue el mundo girando y siento mas real eso de que un día nos vamos a morir. Yo me creía inmortal, es decir, que yo siempre tendría 25 años y seguiría teniendo las mismas cosas, las mismas inquietudes y seguiría persiguiendo sueños y amores imposibles. Y no. Esto no es así. Ella me ha hecho ver la realidad de la vida al conocerla. Una realidad de la que me había despegado hace tiempo. Me ayudó a expulsar las tonterías para madurar de repente frente un espejo de verdades.

Ella me ha quitado de un solo soplo, esa niebla que no me dejaba ver bien y que me hacía caminar por el camino equivocado, el de: todo el mundo es bueno, la vida es maravillosa y lo tengo que dar todo por todos, sin pensar mucho en mí.

Si a mis 18 años me hubiesen dicho que la conocería, realmente, me habría entrado un hambre de futuro brutal.