Aunque  en los últimos días las crónica político/judiciales han ocupado espacio destacado en los medios informativos, la realidad, que es muy machacona, nos devuelve las noticias de la crisis y sus constantes y renovadas consecuencias, graves para todos y dramáticas para más de cinco millones de parados. Todos se lamentan, ponen el grito en el cielo, formulan sentidas declaraciones, mientras que  el soñado bienestar y la fantasiosa prosperidad se van por el sumidero, llevando con ellas a una generación desencantada y desesperanzada.

Desde hace tiempo son muchas las voces que vienen señalando que las recetas anticrisis propugnadas por la Unión Europea, con Merkel a la cabeza, y las instituciones financieras internacionales desde una ortodoxia económica con un fuerte sustrato ideológico no solo no solucionaban nada, sino que dificultaban la recuperación de los países en dificultades. Los sucesivos recortes reducen las actividad económica, la capacidad de consumo de una población crecientemente empobrecida, destruyen el tejido industrial, imposibilitan el crecimiento e imponen una disparatada e imposible carrera entre la deuda y los menguantes ingresos para pagarla.

Ahora, parece que va abriéndose paso la idea de que no hay que sacralizar la deuda y que el control de deficit, sin renunciar a él, puede atemperarse y dilatarse en el tiempo de forma que sea compatible   con una economía productiva que permita retomar paulatinamente la senda del crecimiento. En este sentido, se han manifestado algunos dirigentes europeos e incluso del Fondo Monetario Internacional y esta una petición en la cartera de las autoridades españolas en sus negociaciones con Bruselas.

En el caso de España, y a la luz de lo ocurrido en los últimos años y de nuestra realidad económica y empresarial, la pregunta que a veces me inquieta es muy simple: ¿estamos en condiciones de promover una economía productiva?, ¿cuáles serían los vectores de ese pretendido crecimiento?

En nuestro país somos muy aficionados a las grandes declaraciones, a los discursos retóricos, a los enunciados de principios generales. A nuestros políticos, a los de ahora y a los de antes, se les llena la boca diciendo que hay que acabar con la lacra del paro y del desempleo, que es imprescindible crecer, etc., etc. Pero difícilmente aportarán un solo dato, o al menos una pista, de cómo se pretende conseguir aquello que se predica con tanto énfasis.

No hace mucho se hablaba de economía sostenible, se promovía una apuesta decidida por la ciencia y la innovación, por las energías alternativas, en las que dicho sea de paso España ocupa un lugar de preeminencia mundial, etc. La puesta por la innovación quedará en algo testimonial tras los recortes presupuestarios, las energías alternativas deben digerir una moratoria que altera muchas de las condiciones establecidas para su desarrollo y así sucesivamente.

Creo que, a estas alturas, no es mucho pedir a nuestros gobernantes que desvelen sus planes, que, si tienen alguna idea, la expresen y la sometan a debate. Por favor, que concreten para saber a que atenernos y recuperar el ánimo y la confianza. ¡Ah! y  a nuestros empresarios, que han vivido largos años de bonanza, prosperidad y grandes beneficios, que no piensen solo en destruir, sino también en construir, que arrimen el hombro por compromiso con el país y sus clientes y usuarios, que es otra forma de hacer RSC (Responsabilidad Social Corporativa) desde el puro negocio.