El vídeo y el imbécil

14/09/2012

Joaquín Pérez Azaústre.

Primero está el imbécil que ha hecho el vídeo. Yo no he visto el vídeo, pero con total seguridad es obra de un imbécil. Porque no se comprende, a estas alturas del fanatismo islámico, que haya todavía alguien tan imbécil como para provocar al salvajismo musulmán. Podríamos hablar del derecho que tiene cualquiera, sea imbécil o no, a filmar un vídeo sobre Mahoma o a quemar un Corán. Claro que lo tienen. Tienen todo el derecho a no respetar una confesión religiosa, sea la suya o no lo sea, como también lo tuvo Salman Rushdie a escribir sus Versos satánicos. No es que sea equiparable escribir una obra literaria al hecho de quemar un libro ajeno, sea o no un libro religioso; pero es innegable que ambos actos forman parte de la autonomía de la voluntad, de la libertad individual. Pero en el caso del vídeo, como en el de aquel reverendo loco que se filmó a sí mismo quemando un ejemplar del Corán, para conmemorar el 11-S encendiendo, de nuevo, la llama siempre viva del odio corrosivo, aunque estemos asistiendo a un hecho concreto, consecuencia de la esfera libérrima de cualquier ciudadano, no podemos dejar de contemplar que el fin no es artístico, ni literario, ni humanitario, ni moral, sino de una provocación que va buscando el caos.

Y lo consigue. Este vídeo, desde luego, lo ha logrado. Pero es que tampoco podemos vivir así. La paz del mundo, una cierta calma en la gran extensión de los países que viven todavía, mentalmente, todavía más atrás de la Edad Media, no puede depender de que un imbécil grabe en el trastero de su casa un vídeo del Profeta y lo cuelgue en You-Tube. Independientemente del choque cultural –evidente, entre una sociedad occidental que, con sus contradicciones, vive en el siglo veintiuno, y otra que parece estar buscando, entre las sombras, el espíritu regio de aquel Saladino victorioso que quitó su leyenda a Ricardo Corazón de León-, lo cierto es que nosotros tenemos derecho a escribir, filmar, producir, y luego ir a ver en el cine no sólo La última tentación de Cristo, sino cualquier película sobre Mahoma, Alá o quien sea.

Que su religión, su credo, su fe y su legislación lo prohíban, nada tiene que ver ni con nuestra libertad religiosa, ni con nuestra fe o nuestro laicismo, ni mucho menos con nuestra legislación, del mismo modo que no pueden imponernos, en España, la sangrienta ablación del clítoris, tan de moda entre los talibanes, la poligamia o el burka.

Creo que debemos defender el derecho de cualquier imbécil a filmar su vídeo inane. Él no ha disparado contra ninguna embajada, ni ha quemado sus muros, ni ha golpeado a ningún embajador. Ni siquiera podríamos decir que ha encendido una mecha. Simplemente es imbécil. O un tarado. Y eso, en democracia, no es delito.

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