Perros callejeros (La novela)

19/10/2012

Daniel Serrano. Javier Cercas tenía la oportunidad de haber legado a sus lectores la Gran Novela Quinqui y en vez de eso ha perpetrado una versión en tinta y papel de Perros callejeros.

Antes de nada me pondré pedante y aludiré al concepto conocido como willing suspension of disbelief , acuñado por Samuel Taylor Colerigde en 1871, traducido al castellano como suspensión de la incredulidad y consistente en la necesidad de que, al asistir a la representación de un relato, el narrador nos induzca a abandonar todo reparo y nos haga creer, por ejemplo, que un señor en pijama vuela y sólo se cae si le acercan un cacho de piedra de su planeta natal. Tan larguísima sucesión de subordinadas se debe a que, señoras y señores, nada (o casi nada) de lo que ha escrito Javier Cercas en Las leyes de la frontera me parece medianamente creíble. No hay suspensión de la incredulidad que valga y no porque los elementos argumentales sean disparatados en extremo (más disparatado es que un tipo con un trapo al cuello eche a volar) sino porque Cercas no logra acertar con los detalles que otorguen verosimilitud a la narración.

A ver. Ya resulta rarete que un chaval de clase media empollón y cagueta se convierta en integrante de una banda de quinquis a lo Vaquilla de un día para otro. Más extraño aún es que el adolescente gafotas no sólo se integre en la banda sino que, en un alegre triple salto mortal (ale hop), coja un arma y se meta a atracador de bancos. En cuestión de semanas, ¿eh? Más increíble todavía: que se gane la confianza inmediata del líder quinqui, el presuntamente mítico Zarco, y se convierta en forajido de leyenda ¡en lo que dura un verano! Porque en septiembre el susodicho gafotas (o gafitas, como prefieren llamarle sus camaradas de fechorías) vuelve al cole y aquí paz y después gloria. Menudas vacaciones. Bueno, pues todo eso, contado de modo conveniente, nos lo podríamos haber tragado. El problema es que no está contado del modo conveniente, que los personajes son meros borrones, que el lenguaje de los protagonistas parece sacado de los pasajes yeyé de las películas de Paco Martínez Soria (“passo de todo, tronco, de abuten, me piro, vampiro”-exagero-), que ciertos giros argumentales abundan en el mero capricho, que el paisaje de la España suburbial de los 70 resulta tópico a más no poder. En fin, un desastre.

Siento llevar la contraria a los críticos serios y, sobre todo, siento decir esto de un tipo, Javier Cercas, que me cae muy bien, me gusta mucho como articulista y cuya Anatomía de un instante prueba que posee enorme talento y capacidad literaria. ¿Soldados de Salamina? Bien, gracias. ¿La velocidad de la luz? Simplemente no.

Las leyes de la frontera es una novela fallida. Estructurada en forma de sucesivas entrevistas a una serie de personajes cuya característica principal es que todos hablan igual, el relato se reduce a una mera enunciación de hitos, pasó esto, sucedió lo otro, y luego vino este y. Y nada. No se nos conduce a ninguna parte. No hay rastro de épica en el personaje de Zarco. Ni siquiera se mencionan hazañas reseñables que le glorifiquen. Tampoco se sabe muy bien si es realmente célebre o no. Unas veces Cercas nos dice que sí, otras que ha sido olvidado, otras que resucitó del olvido, su mujer sale en los programas de corazón de la tele (¿?), su entierro atrae multitudes pero dos páginas atrás se nos había presentado a un Zarco abandonado por la atención pública. Incoherencias narrativas que también afectan a la historia de amor a través de la cual se vertebra la novela, un zigzag de encuentros y desencuentros entre el gafotas (o gafitas) reconvertido a la abogacía tras su fugaz paso por la delincuencia y una belleza de extrarradio con irreductible alma de quinqui.

Del pasaje en que el gafotas (o gafitas) se salva del trullo, mejor ni hablamos.

No, no, no y mil veces no. Javier Cercas tenía la oportunidad de haber legado a sus lectores la Gran Novela Quinqui y en vez de eso ha perpetrado una versión en tinta y papel de Perros callejeros. Y conste que pertenezco a la exigente secta de los veneradores del género navajero y en mi santoral cinematográfico José Antonio de la Loma y Eloy de la Iglesia ocupan lugar destacado. Pero una cosa es el bromazo trash, la transgresión casi punki del cine de baja estofa, su calidad de testimonio de toda una época, y otra muy distinta poner en pie un relato donde la emoción nos traspase. Y eso, desde luego, no sucede en Las leyes de la frontera. O sí. Sólo un instante. Al final. Aproximadamente en las últimas diez páginas, de pronto, un soplo de calidez insufla vida a la novela. E intuimos lo que podría haber sido este libro. Sucede cuando sobreviene la derrota definitiva, muere el Zarco y un viejo amor se extingue. Y hay un momento, en un piso miserable de un bloque de viviendas baratas, con la luz de la tarde cayendo, en que nos asalta la verdadera emoción. La bella quinqui exhibe la tragedia de su desmoronamiento físico ante su enamorado gafotas y este persiste en su enamoramiento y llueve sobre el descampado y el repentino color de los detalles nos permite creer en esta historia de amor desgraciada.

Pero diez páginas no redimen una novela. Una verdadera lástima. Porque Javier Cercas es un extraordinario escritor y porque esa otra cara de la Transición, la de los barrios devastados por la droga y la juventud que fue aniquilada en esa batalla, todavía no ha sido expuesta en toda su grandeza por parte de la literatura en castellano. Pero bueno. Qué se le va a hacer. Ahora bien, al menos la portada avisa de lo que vamos a encontrar dentro. La foto de tres chavales en plan Moda Quinqui en El Corte Inglés, de puro falsa e inconveniente, anuncia lo que viene después. Una novela que a Cercas no le ha salido bien y que, pese a todo, les animo a leer porque a Cercas (en lo bueno y en lo malo) siempre hay que leerle. Y porque puede que yo esté completamente equivocado.

Las leyes de la frontera. JAVIER CERCAS. Mondadori. 382 páginas.

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Un pensamiento en “Perros callejeros (La novela)

  1. Estimado lector disperso:

    Puede que la versión de un cínico equivocado pudiera darle un oportunidad a esta novela, pero cuando son dos los cínicos equivocados(es decir tú, y quien escribe esta líneas) las oportunidades se desvanecen por completo. Suscribo cada una de tus palabras aunque me haya perdido esa historia de amor que la redime. Quizás releea ese final que la desidia por tanta impostura me ha negado.

    Saludos cordiales.

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