Poco dura la alegría en la casa del pobre y una vez más se ha demostrado. No salimos de Málaga y entramos en Malagón. A principios de verano todo parecía venirse abajo y cuando los índices americanos parecían remontar lo perdido e incluso marcaban nuevos máximos anuales, todo vuelve a parecer perdido.

Seguramente será un espejismo, porque ya se sabe que en el mercado todo es justo lo contrario de lo que parece, pero lo cierto es que las dos últimas sesiones han sido de esas de tener los nervios bien templados y agarrarse fuerte los machos.

Si el lunes fueron los rumores en torno al rating estadounidense, ayer fueron las aparentes convicciones entre los analistas e inversores de que China subirá sus tipos de interés para evitar la inflación. Corea del Sur ya lo ha hecho. Aderécese convenientemente con la que está cayendo en Europa y el cóctel está servido. El problema es que no es dulce, sino fuerte y amargo, de esos que la sabiduría popular califica como «sólo apto para hombres hechos y derechos».

En definitiva, que ayer sólo se pudo ganar dinero a la baja, en el lado corto, y que tengo la convicción de que de no haber existido la «barrera» de los 11.000 puntos en el Dow Jones, el desastre podía haber sido mucho mayor. Pero el caso es que el índice que representa a los 30 valores industriales más importantes de la todavía principal economía del mundo se resistió en esa zona y evitó males mayores.

Aún así, las cifras son de vértigo. El S&P 500 se dejó un 1,62%, el tecnológico Nasdaq 100 un 1,78% y el Dow Jones un 1,59%. Cifras de mareo que dejan al Dow por los pelos por encima de los 11.000 puntos y a los mercados de todo el mundo ante un futuro incierto.