‘Barro’: Síntomas de agotamiento

06/12/2018

Luis M. del Amo. La Joven Compañía sube a escena un texto de Guillem Clua y Nando López sobre la Gran Guerra.

Ofrece signos de agotamiento el proyecto de La Joven Compañía. Aunque apenas cuenta con cinco años de vida, su objetivo fundamental – acercar el teatro a los más jóvenes – empieza a desdibujarse después de sus últimos montajes. Y ello es debido fundamentalmente a cierto afán discurseador cuya pertinencia choca frontalmente, en mi opinión, con el fin último que debiera animarles, y así lo hizo en buena parte de su recorrido: subir a escena un teatro de calidad, que logre atraer a los más jóvenes.

Ya había mostrado La Joven Compañía cierto afán pedagógico en ocasiones anteriores; sin embargo, esta mácula se le perdonaba al quedar semioculta, o ninguneada, bajo el torrente emocional y dramático que muchas veces logró subir a escena esta compañía.

Cuando, por el contrario, no existía esta corriente subterránea y vivificadora, el resultado se resentía notablemente. Muchas veces era el intento de hacer teatro social lo que, significativamente, ahogaba la tensión del conflicto; como sucedió en su anterior proyecto, Playoff. Ahora vuelve a suceder. Y aumentado por mil, debido a la magnitud del proyecto.

Dos escritores

Su última producción, Barro, la primera de un cuarteto de obras dedicadas a Europa, cae de lleno en este defecto. Escrita a cuatro manos – y este puede ser uno de los errores – por Guillem Clua y Nando López – dos autores que ya habían colaborado con La Joven; el primero con una sensacional versión de la Ilíada; adaptando su propia novela, el segundo –, el texto representa en primer lugar los prolegómenos de la contienda; y las repercusiones del conflicto, tras el estallido de 1914, y la vida en el frente.

Sus protagonistas serán ocho jóvenes, de Colonia y París. Ocho protagonistas cuyos destinos no lograrán interesar lo más mínimo al espectador, es necesario advertir. Quizás el carácter coral de la obra no ayude en este sentido. Pero lo peor es que, en lugar de montar un sólido armazón dramático, la escritura se limita a presentar una ensalada de citas mal digeridas, aderezada con un poco de mitología y una buena ración de tópicos.

No hurgaremos en la herida. Ni en la manifiesta pedantería de algunos de los personajes. Tan solo añadir, a modo de resumen, que la obra acaba asentada en un territorio más cercano al reportaje periodístico apresurado – esto es, un repaso sumario a los hechos, sin ninguna hondura dramática – que en el de la verdadera dramaturgia.

Carencia de una idea fuerza

Un problema que, quizás, se hubiera podido solventar con la aparición de una idea fuerza, un vector transversal que ayudara a vertebrar la obra, y a multiplicar su sentido. Algo parecido a la función que cumple la idea del amor que aparece, si bien tímidamente, en un momento de la obra, y que bien hubiera podido cumplir esa función esencial.

En su lugar, lamentablemente, la propuesta de Clua y López resulta a la postre demasiado pobre y falta de profundidad. Una ocasión perdida.

Y un aldabonazo que indica que, quizás, ha llegado el tiempo de la renovación al frente de la Compañía. Y más cuando el director del proyecto, José Luis Arellano García, que ha dirigido todas y cada una de las obras de la Compañía desde su creación, tampoco se muestre muy acertado en esta ocasión. De hecho, no hay ni rastro de su proverbial buena mano técnica, o con la puesta en escena.

Un descenso más, en definitiva, en el nivel de calidad de La Joven Compañía. Y un recordatorio de que, para atraer al público – joven o viejo – lo fundamental es el teatro.

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